05 janeiro 2012
04 janeiro 2012
03 janeiro 2012
Wendy Guerra - Habana oscura
Llamo a la mamá
de Iván, llamo a los padres de varios amigos que no viven en La Habana. Hablo
con los que estamos aquí juntos día a día y planeamos la noche.
Les deseo a todos un año hermoso donde nos encontremos.
Besos, fuerza, ánimo e impulso. Las noticias de todas partes son bien sombrías: “El
mundo está al revés, resulta que me quieres”.
Algunos han podido comunicar con Cuba o El Vedado, a
otros nos sorprendió la madrugada cuando las líneas colapsaron y no pudimos
decir: ¡Es 2012! No se pudo mandar una señal de lado a lado de la ciudad o el
mundo al revés. A las 12 en punto me quedé en silencio entre besos y abrazos
augurando y agradeciendo llegar con salud y algunas pocas ilusiones, abrazados
a cuerpos muy queridos, familiares y amigos alcanzamos juntos por fin el 2012.
Es extraño pero extraño todo
Extraño lo que tengo para siempre
El invierno que no hemos vivido
Extraño lo que tengo para siempre
El invierno que no hemos vivido
La luz que hoy se ahoga en las extrañas esquinas
marchitadas.
Borges hablaba de las habaneras con tacones y medias
finas, esa cubana va hoy poniendo sus tacones en zonas oscuras, huecos que a
ciegas te entrampan en el empedrado que pisas a tientas, pero en equilibrio con
la noche (como un milagro) alcanzas la luz de los afectos.
Este año no ha hecho nada de frío. La ciudad está
apagada, aquí diciembre no es distinto a octubre, pero todos hemos hecho
nuestras fiestas aferrados a los amigos, sí, sobre la oscuridad se tienden
nuestros puentes hacia los pequeños y entrañables castillos, vamos a
encontrarnos, tras pasar esos puentes llega la luz. Allí viven los seres que se
esfuerzan en iluminar sus casas y preparar sus mejores alimentos despertando
nuestros sueños apuntalados, modifican nuestro ánimo y ayudan a subir los
escalones que nos conducen a enero.
Ya es enero.
Hemos pedido en silencio muchas cosas, en Cuba la gente
aun pide deseos colectivos. “Volver a vernos” -“REGRESAR”- al mismo pedazo de
ciudad que debe iluminarse, ya no… “se apaga un municipio para que exista
otro”,
ya no, ahora las calles se encuentran ensartadas de punta a punta por la misma
sombra.
Para el año que viene anhelo un cambio: Que se encienda
todo, que se abran las puertas, que el camino a muchos otros amigos sea
transparente y visible. Que las calles resuenen con nuestra música y que no
pidamos prestada la alegría que una vez nos fue dada como don al nacer.
Mi pedido de año nuevo ha sido “Salud” para seguir
viviendo juntos, entre los que nos quieren bien, en esta ciudad prendida que
aun sigue conversando con el mar.
Fotos: divulgação
Mujeres y cambio climático
Rebeca Ramos Rella *
El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, en ocasión de la 17 Conferencia sobre Cambio Climático, celebrada en Durban Sudáfrica, presentó un breve pero contundente diagnóstico sobre el perjuicio de este efecto global sobre la situación de las mujeres. En el Informe “Mujeres en la primera línea del Cambio Climático. Riesgos y esperanzas desde la perspectiva de género” se concluye que cuando sufrimos desastres naturales, -sequías, hambrunas, inundaciones extremas- son las mujeres las peor afectadas; además de niños y niñas.
Las mujeres que sufren estragos del cambio climático, además de tragedias, destrucción, muerte y dolor, se ven obligadas a buscar refugios y desplazarse, a sobrevivir en contextos de alta inseguridad social y personal, quedando a merced de grupos criminales que aprovechan su desgracia, la confusión que impera en momentos de devastación y la ausencia de estructuras sociales, leyes y autoridades que protejan sus derechos humanos. En base a promesas y mentiras, el crimen organizado ofrece soluciones inmediatas frente a desesperación y pérdidas materiales de mujeres y sus familias, por lo que ellas son susceptibles de ingresar a los hondos, oscuros y deleznables laberintos de la trata y explotación sexual.
Acentúa que las mujeres del sur del globo, “son especialmente vulnerables en situaciones de desastre por culpa de sesgadas relaciones de poder y de la desigualdad inherente a normas culturales y sociales”. Las mujeres y niñas solas, asiladas o huérfanas en medio del caos, excluidas del aprendizaje de estrategias y habilidades de supervivencia; segregadas por su condición de género, son presa común de la trata y explotación. Según la INTERPOL, el flagelo ilícito se dispara entre 20% y 30% cuando hay emergencias naturales.
El Informe del PNUMA revela la gran paradoja de este fenómeno repudiable, como un círculo vicioso del que las mujeres nada más no logran salir. Por un lado “las mujeres son fundamentales para crear opciones de adaptación sostenibles, gracias a sus
conocimientos, responsabilidades diversas y simultáneas y a los papeles que desempeñan en las áreas productivas(…)como agricultura, pastoreo, biodiversidad y explotación de los bosques; cuidado del hogar, obtención de ingresos, búsqueda de sustento. Según cálculos, alrededor del 43% de la mano de obra agrícola mundial corresponde a mujeres” –en Asia y África llega al 50%-.
Sin duda son ellas el sector estratégico de la población en el que descansan sostenibilidad medioambiental y seguridad alimentaria, dos pilares vitales que están bajo grave riesgo, por el cambio climático. Pero poco se hace para reconocerles este rol sustancial. En países afectados por el fenómeno medioambiental es “normal” que las mujeres no cuenten con pleno acceso a educación; hay discriminación en reparto de alimentos; inseguridad alimentaria; limitación en acceso a recursos; exclusión de instituciones y procesos políticos y en toma de decisiones. La marginación social, el machismo, la misoginia, la desigualdad de género, les regatean no sólo reconocimiento justo de su participación fundamental en el manejo y cuidado de recursos naturales, sino también, la indiferencia frente al abandono que las deja indefensas a su suerte, sin opción de solventar sus requerimientos básicos y los de sus familias afectadas por desastres. Si a este escenario deleznable, agregamos la discriminación e invisibilidad en tareas de gobierno, en ámbitos comunitarios, el recrudecimiento de violencia, acoso y todo tipo de maltrato contra ellas, que se ha probado, se genera mayormente en el seno de sus hogares y que llega hasta el feminicidio, el escenario es aún más desolador en medio de la devastación medioambiental.
Afirma el Informe que esta madeja de nudos ciertamente obstaculiza la adaptación de las mujeres a situaciones extremas y a cambios drásticos del entorno, por lo que los gobiernos están obligados a integrar y aplicar la perspectiva de género, en respuesta responsable y eficaz y les plantea siete recomendaciones:
1.- “Diseñar programas de adaptación en materia de seguridad alimentaria, agricultura, pastoreo y gestión de los recursos naturales de forma sensible y teniendo en cuenta los múltiples papeles que mujeres y hombres desempeñan en los distintos ámbitos de la gestión de los recursos naturales, así como en sus hogares, comunidades, formas de sustento e instituciones y relaciones consuetudinarias y legales (a nivel local, nacional, regional e internacional). Los programas deberían centrarse en las mujeres y en la igualdad de sexos”.
2.- “Mejorar los medios de vida de las mujeres y potenciar la adaptación garantizando que estas tengan el acceso, el control y la propiedad de los recursos (tierra, ganado, bienes y oportunidades de obtener ingresos), así como acceso a recursos para el desarrollo, como créditos, información, formación, difusión y tecnología”.
3.- “Invertir en tecnologías verdes que tengan en cuenta las cuestiones de género, se adapten a cada cultura y permitan ahorrar trabajo, tales como sistemas de recogida y almacenamiento de agua, sistemas de riego y combustibles sustitutivos de la madera”.
4.- “Efectuar un análisis sistemático del cambio climático desde la perspectiva del medio ambiente, del desarrollo y de la igualdad entre los sexos”.
5.- “Propiciar un entorno que posibilite una mayor participación y aportación de las mujeres en los procesos de toma de decisiones y adopción de políticas en las instituciones locales, comunitarias, nacionales, regionales e internacionales, así como en los procesos, las negociaciones y las políticas relacionadas con el cambio climático”.
6.- “Garantizar que los programas de educación, formación, concienciación e información aborden la vulnerabilidad y la violencia de género, los abusos sexuales y la trata de personas en el contexto de las regiones montañosas y, especialmente, en las áreas con un riesgo elevado de inundación, sequía y otros desastres naturales”.
7.- “Colaborar entre los cuerpos nacionales de policía, las autoridades aduaneras, las ONG que combaten la trata de personas, las instituciones de investigación y la INTERPOL para
detectar, interceptar y combatir el tráfico nacional y transfronterizo de mujeres, niños y niñas”.
No obstante, en la COP 17 de Durban, los acuerdos alcanzados a marchas forzadas de 190 países y sobre el hastío del juego de vencidas entre Estados Unidos y China, principales potencias contaminantes con el 40% de emisiones globales, que nada más no transigen, no hay acciones definitivas para abatir efectos del Cambio Climático y por consecuencia, para solucionar la problemática que perjudica y pone en peligro, tanto a mujeres como a niñas y niños.
Pero algo es algo. Aprobaron ampliar a un segundo periodo de compromiso, el Protocolo de Kioto –que expira en diciembre de 2012- y que demanda reducción de gases de efecto invernadero. Les dieron prórroga a 2017 o 2020. Así que tienen años para seguir debatiendo sin asumir responsabilidades. Sin embargo, se logró el diseño del Fondo del Clima Verde, -unos 100 mil millones de dólares anuales que a partir de 2020, los países ricos aportarán para ayudar a los países en desarrollo, para financiar acciones que mengüen sus emisiones de CO2-aunque no se especificó de dónde saldrá ese dinero.
Los delegados festejaron que los “sucios renegados”, ricos y emergentes, firmaran una hoja de ruta para llegar al gran acuerdo global, que mejore al Protocolo de Kyoto y que debe estar listo para el 2015 y entre en vigor en 2020; así que no habrán compromisos jurídicamente vinculantes hasta entonces y por lo pronto el planeta se seguirá calentando con riesgo de subir más allá de los 2°C, que significa la irremediable catástrofe.
El Informe del PNUMA concluye que si los gobiernos efectivamente transformaran políticas públicas con enfoque de género, en acciones definitivas para afrontar y menguar los efectos destructivos del cambio climático, una de las herramientas indispensables para atacarlo, es precisamente reconocer a las mujeres en su magnífica capacidad y conocimiento de adaptación en contingencias e integrarlas al trabajo de desarrollo internacional al respecto, como genuinas protagonistas estratégicas y de pleno derecho.
Insiste. Son las mujeres, las lideresas en el desarrollo de la gestión del medio ambiente en sus países. Y sentencia: “son la mayor esperanza de cara al futuro”. De manera que los gobiernos nacionales y en los otros órdenes, deben tomar nota y acción, independientemente de los obstáculos en la arena internacional. Hay que actuar.
Por lo pronto, en México, en días pasados, el Senado ya aprobó la primera Ley del Cambio Climático, que establece una política nacional contra emisiones de gases contaminantes; estipula que dependencias y entidades de la administración pública estatal y municipal llevarán a cabo políticas y acciones de Mitigación tendientes a fomentar prácticas de eficiencia energética y promover el uso de fuentes renovables; más inversiones en construcción de ciclo vías o infraestructura de transporte no motorizado; aplicación de políticas públicas de protección al ambiente y de preservación y restauración del equilibrio ecológico; plantea reducir causas del efecto invernadero y disminuir la vulnerabilidad de población y ecosistemas; se elaborará y actualizará el Atlas Nacional de Riesgo.
Nuestra Ley crea al Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático para “coordinar y desarrollar la investigación científica y tecnológica con la política de bioseguridad, desarrollo sustentable, protección al medio ambiente y cambio climático”. Bien. Ojalá vaya en serio, se cumpla y se aplique. Sin embargo, falta el enfoque de género.
Mientras persistan desigualdad, discriminación e invisibilidad de las mujeres; escaso o nulo reconocimiento al ejercicio de sus derechos; meros discursos mediáticos hacia la igualdad, no violencia, no trata, tan incongruentes en las acciones de gobiernos; leyes que no se cumplen; remilgos en presupuestos para políticas públicas y programas con perspectiva de género, también los efectos nocivos e irreversibles del cambio climático continuarán destruyendo nuestros hogares y estructuras institucionales.
En tanto los gobiernos no promuevan ni se cercioren de apego a la legalidad y efectividad en los hechos y realidades, de los programas y acciones que incidan en conductas colectivas de respeto, reconocimiento e inclusión hacia las mujeres, desde la discriminación y desigualdad que padecemos, ya nos alertan, seguiremos destruyendo nuestro planeta y sepultando nuestra sobrevivencia.
Las mujeres que sufren estragos del cambio climático, además de tragedias, destrucción, muerte y dolor, se ven obligadas a buscar refugios y desplazarse, a sobrevivir en contextos de alta inseguridad social y personal, quedando a merced de grupos criminales que aprovechan su desgracia, la confusión que impera en momentos de devastación y la ausencia de estructuras sociales, leyes y autoridades que protejan sus derechos humanos. En base a promesas y mentiras, el crimen organizado ofrece soluciones inmediatas frente a desesperación y pérdidas materiales de mujeres y sus familias, por lo que ellas son susceptibles de ingresar a los hondos, oscuros y deleznables laberintos de la trata y explotación sexual.
Acentúa que las mujeres del sur del globo, “son especialmente vulnerables en situaciones de desastre por culpa de sesgadas relaciones de poder y de la desigualdad inherente a normas culturales y sociales”. Las mujeres y niñas solas, asiladas o huérfanas en medio del caos, excluidas del aprendizaje de estrategias y habilidades de supervivencia; segregadas por su condición de género, son presa común de la trata y explotación. Según la INTERPOL, el flagelo ilícito se dispara entre 20% y 30% cuando hay emergencias naturales.
El Informe del PNUMA revela la gran paradoja de este fenómeno repudiable, como un círculo vicioso del que las mujeres nada más no logran salir. Por un lado “las mujeres son fundamentales para crear opciones de adaptación sostenibles, gracias a sus
conocimientos, responsabilidades diversas y simultáneas y a los papeles que desempeñan en las áreas productivas(…)como agricultura, pastoreo, biodiversidad y explotación de los bosques; cuidado del hogar, obtención de ingresos, búsqueda de sustento. Según cálculos, alrededor del 43% de la mano de obra agrícola mundial corresponde a mujeres” –en Asia y África llega al 50%-.
Sin duda son ellas el sector estratégico de la población en el que descansan sostenibilidad medioambiental y seguridad alimentaria, dos pilares vitales que están bajo grave riesgo, por el cambio climático. Pero poco se hace para reconocerles este rol sustancial. En países afectados por el fenómeno medioambiental es “normal” que las mujeres no cuenten con pleno acceso a educación; hay discriminación en reparto de alimentos; inseguridad alimentaria; limitación en acceso a recursos; exclusión de instituciones y procesos políticos y en toma de decisiones. La marginación social, el machismo, la misoginia, la desigualdad de género, les regatean no sólo reconocimiento justo de su participación fundamental en el manejo y cuidado de recursos naturales, sino también, la indiferencia frente al abandono que las deja indefensas a su suerte, sin opción de solventar sus requerimientos básicos y los de sus familias afectadas por desastres. Si a este escenario deleznable, agregamos la discriminación e invisibilidad en tareas de gobierno, en ámbitos comunitarios, el recrudecimiento de violencia, acoso y todo tipo de maltrato contra ellas, que se ha probado, se genera mayormente en el seno de sus hogares y que llega hasta el feminicidio, el escenario es aún más desolador en medio de la devastación medioambiental.
Afirma el Informe que esta madeja de nudos ciertamente obstaculiza la adaptación de las mujeres a situaciones extremas y a cambios drásticos del entorno, por lo que los gobiernos están obligados a integrar y aplicar la perspectiva de género, en respuesta responsable y eficaz y les plantea siete recomendaciones:
1.- “Diseñar programas de adaptación en materia de seguridad alimentaria, agricultura, pastoreo y gestión de los recursos naturales de forma sensible y teniendo en cuenta los múltiples papeles que mujeres y hombres desempeñan en los distintos ámbitos de la gestión de los recursos naturales, así como en sus hogares, comunidades, formas de sustento e instituciones y relaciones consuetudinarias y legales (a nivel local, nacional, regional e internacional). Los programas deberían centrarse en las mujeres y en la igualdad de sexos”.
2.- “Mejorar los medios de vida de las mujeres y potenciar la adaptación garantizando que estas tengan el acceso, el control y la propiedad de los recursos (tierra, ganado, bienes y oportunidades de obtener ingresos), así como acceso a recursos para el desarrollo, como créditos, información, formación, difusión y tecnología”.
3.- “Invertir en tecnologías verdes que tengan en cuenta las cuestiones de género, se adapten a cada cultura y permitan ahorrar trabajo, tales como sistemas de recogida y almacenamiento de agua, sistemas de riego y combustibles sustitutivos de la madera”.
4.- “Efectuar un análisis sistemático del cambio climático desde la perspectiva del medio ambiente, del desarrollo y de la igualdad entre los sexos”.
5.- “Propiciar un entorno que posibilite una mayor participación y aportación de las mujeres en los procesos de toma de decisiones y adopción de políticas en las instituciones locales, comunitarias, nacionales, regionales e internacionales, así como en los procesos, las negociaciones y las políticas relacionadas con el cambio climático”.
6.- “Garantizar que los programas de educación, formación, concienciación e información aborden la vulnerabilidad y la violencia de género, los abusos sexuales y la trata de personas en el contexto de las regiones montañosas y, especialmente, en las áreas con un riesgo elevado de inundación, sequía y otros desastres naturales”.
7.- “Colaborar entre los cuerpos nacionales de policía, las autoridades aduaneras, las ONG que combaten la trata de personas, las instituciones de investigación y la INTERPOL para
detectar, interceptar y combatir el tráfico nacional y transfronterizo de mujeres, niños y niñas”.
No obstante, en la COP 17 de Durban, los acuerdos alcanzados a marchas forzadas de 190 países y sobre el hastío del juego de vencidas entre Estados Unidos y China, principales potencias contaminantes con el 40% de emisiones globales, que nada más no transigen, no hay acciones definitivas para abatir efectos del Cambio Climático y por consecuencia, para solucionar la problemática que perjudica y pone en peligro, tanto a mujeres como a niñas y niños.
Pero algo es algo. Aprobaron ampliar a un segundo periodo de compromiso, el Protocolo de Kioto –que expira en diciembre de 2012- y que demanda reducción de gases de efecto invernadero. Les dieron prórroga a 2017 o 2020. Así que tienen años para seguir debatiendo sin asumir responsabilidades. Sin embargo, se logró el diseño del Fondo del Clima Verde, -unos 100 mil millones de dólares anuales que a partir de 2020, los países ricos aportarán para ayudar a los países en desarrollo, para financiar acciones que mengüen sus emisiones de CO2-aunque no se especificó de dónde saldrá ese dinero.
Los delegados festejaron que los “sucios renegados”, ricos y emergentes, firmaran una hoja de ruta para llegar al gran acuerdo global, que mejore al Protocolo de Kyoto y que debe estar listo para el 2015 y entre en vigor en 2020; así que no habrán compromisos jurídicamente vinculantes hasta entonces y por lo pronto el planeta se seguirá calentando con riesgo de subir más allá de los 2°C, que significa la irremediable catástrofe.
El Informe del PNUMA concluye que si los gobiernos efectivamente transformaran políticas públicas con enfoque de género, en acciones definitivas para afrontar y menguar los efectos destructivos del cambio climático, una de las herramientas indispensables para atacarlo, es precisamente reconocer a las mujeres en su magnífica capacidad y conocimiento de adaptación en contingencias e integrarlas al trabajo de desarrollo internacional al respecto, como genuinas protagonistas estratégicas y de pleno derecho.
Insiste. Son las mujeres, las lideresas en el desarrollo de la gestión del medio ambiente en sus países. Y sentencia: “son la mayor esperanza de cara al futuro”. De manera que los gobiernos nacionales y en los otros órdenes, deben tomar nota y acción, independientemente de los obstáculos en la arena internacional. Hay que actuar.
Por lo pronto, en México, en días pasados, el Senado ya aprobó la primera Ley del Cambio Climático, que establece una política nacional contra emisiones de gases contaminantes; estipula que dependencias y entidades de la administración pública estatal y municipal llevarán a cabo políticas y acciones de Mitigación tendientes a fomentar prácticas de eficiencia energética y promover el uso de fuentes renovables; más inversiones en construcción de ciclo vías o infraestructura de transporte no motorizado; aplicación de políticas públicas de protección al ambiente y de preservación y restauración del equilibrio ecológico; plantea reducir causas del efecto invernadero y disminuir la vulnerabilidad de población y ecosistemas; se elaborará y actualizará el Atlas Nacional de Riesgo.
Nuestra Ley crea al Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático para “coordinar y desarrollar la investigación científica y tecnológica con la política de bioseguridad, desarrollo sustentable, protección al medio ambiente y cambio climático”. Bien. Ojalá vaya en serio, se cumpla y se aplique. Sin embargo, falta el enfoque de género.
Mientras persistan desigualdad, discriminación e invisibilidad de las mujeres; escaso o nulo reconocimiento al ejercicio de sus derechos; meros discursos mediáticos hacia la igualdad, no violencia, no trata, tan incongruentes en las acciones de gobiernos; leyes que no se cumplen; remilgos en presupuestos para políticas públicas y programas con perspectiva de género, también los efectos nocivos e irreversibles del cambio climático continuarán destruyendo nuestros hogares y estructuras institucionales.
En tanto los gobiernos no promuevan ni se cercioren de apego a la legalidad y efectividad en los hechos y realidades, de los programas y acciones que incidan en conductas colectivas de respeto, reconocimiento e inclusión hacia las mujeres, desde la discriminación y desigualdad que padecemos, ya nos alertan, seguiremos destruyendo nuestro planeta y sepultando nuestra sobrevivencia.
* Rebeca Ramos Rella é assessora política
da Secretaria de Turismo de Vera Cruz,
analista e cronista politica mexicana.
02 janeiro 2012
Sergi Pàmies - Clima ruim na Literatura
A mudança climática é um gênero literário com seus personagens, como a geleira e a desertificação, e seus críticos, popes e pontífices.
A mudança climática é um gênero literário. Sua decadência é discutida em fóruns internacionais e as notícias que tratam de sua existência convidam a pensar que ela acabará em catástrofe. Exatamente como o romance. Exatamente como a literatura de um modo geral. Exatamente como quase todas as línguas nas quais se escrevem os romances em particular e as literaturas em geral. Um dos protagonistas desta história de paixões e indiferenças é o aquecimento do planeta, narrador onisciente, um tipo duro e sem escrúpulos. Não se trata de um protagonista qualquer. Ele tem o poder de fazer com que nos sintamos culpados, uma vez que, assim como a literatura e Frankenstein, foi criado pelo homem.
A mudança climática mescla elementos de romance histórico mas, em muitos aspectos, é pura ficção científica. Sabe-se como começou, mas a partir de então o argumento se perde em digressões experimentais próprias do nouveau roman ou do realismo mágico. Afinal, o aumento do nível do mar e a inundação de regiões e países inteiros é algo que a Bíblia já previu, e, mais recentemente, Gabriel García Márquez. No que diz respeito ao aumento das temperaturas e à mudança dos hábitos alimentares, a melhor ficção científica já os anunciou sem a necessidade de contar com diretores de marketing tão eficazes e em evidência como Al Gore.
Al Gore é, para a mudança climática, o mesmo que Harold Bloom para a literatura. Fixa os cânones, influencia a comunidade dos especialistas e cria mensagens que se espalham com a potência de uma epidemia. Fisicamente, contudo, Bloom e Gore não são parecidos. O primeiro poderia ser o rei de um país autárquico e ficcional (primo-irmão de Orson Welles), ao passo que o segundo parece um fabricante de impressoras, adepto de tratamentos cosméticos faciais. Para o leitor da presente história, os ganchos argumentativos certamente se multiplicam. As emissões de CO2, por exemplo, configuram um personagem fascinante. Inventadas pelo homem, estimuladas por sua vontade irrefreável de ambição e enriquecimento, elas acabaram com o equilíbrio e ameaçam alterar a biosfera. A potência do personagem, ademais, pode ser vislumbrada em metáforas perfeitas, graficamente agressivas e com uma alta carga dramática: chaminés industriais cuspindo seus canhões de fumaça ao céu virgem, ou engarrafamentos automobilísticos somando a maldade de milhões de escapamentos.
Outro dos meus personagens favoritos é a geleira que, depois de resistir durante milhares de anos, está se fendendo. Já vimos a cena centenas de vezes na televisão: o compacto geleiro, filho, neto e bisneto de geleiras ancestrais, limitado por um fundamento natural de águas límpidas e gélidas, se rompe e, ruidosamente, despenca contorcendo-se de dor, dramaticidade e impotência. Em câmera lenta, e sublinhada por uma trilha sonora tendenciosamente depressiva, a imagem transmite ainda mais dor. A cena já faz parte de nossos pesadelos, e temos todo o direito de suspeitar que, assim como nas melhores intrigas de um romance noir, alguém se encarregou de repetir a mesma cena um punhado de vezes para manipular os elementos de um crime que todos nós podemos ter cometido. Ficamos encantados em ver a cena de novo, e sentimos falta de alguns pinguins saltando desesperada e disciplinadamente ao mar, sem dúvida para completar a sensação de suicídio coreográfico.
A mudança climática é insaciável. Sua estrutura narrativa é antropofágica: ela precisa devorar-se a si mesma para manter os níveis de intriga, angústia e esperança que preocupam um número cada vez maior de leitores. No princípio, fazíamos pouco caso dela. Alguém nos falava da mudança climática, mas não lhe dávamos importância. No entanto, ela foi impondo aos poucos seu poder de sedução, aliás mais próximo daquele que caracteriza os vilões do que os heróis. E ali está ela, crescendo a cada dia, brincando com nosso medo e nos mantendo na incerteza, invadindo nossos esbanjamentos aprazíveis e egoístas. Assim como os melhores livros, ela nos obriga a nos fixar em sucessivas evoluções, nos seduz com novas reviravoltas no enredo, cada vez mais complexas se comparadas às anteriores, cada vez mais surpreendentes.
A desertificação, por exemplo, que grande personagem! Graças à tecnologia informática, podemos visualizar seus efeitos devastadores. Seu encanto nos obriga a fixar a tela sem pestanejar. De modo geral, vemos uma cidade agradável em um belo dia de sol. As pessoas passeiam pela rua. Os pássaros cantam. As hipotecas são pagas pontualmente. As equipes da limpeza municipal recolhem o lixo previamente selecionado pelos cidadãos. Tudo parece normal. E, de repente, uma voz em off, com ênfase pseudocientífica e a teatralidade de um médico especialista anunciando um tumor, nos diz que, por culpa da desertificação provocada pela mudança climática, a cidade será arrasada por um sol implacável e por temperaturas que nos obrigarão a mudar nosso modo de vida. E então, depois de uma rajada de efeitos especiais, vemos a mesma cidade, assada como a costela de um churrasco, chamuscada por seus próprios excessos, vítima das iras do clima. Nessas reconstruções fictícias de desastres futuristas, nunca vemos uma cidade asquerosa, corrupta, uma espécie de Gotham City sombria e degenerada, salva pelo aquecimento do planeta. Não seria comercial, não teria o caráter atraente da catástrofe, o sensacionalismo dos melhores argumentos de best-sellers. Se fôssemos a um produtor de filmes e lhe disséssemos que queremos contar a história de uma mudança climática que, em vez de prejudicar, melhora as condições de vida, ele nos diria que ela não é verossímil, que ele não investirá dinheiro nisso e que os adolescentes devoradores de pipoca jamais pagarão para ver uma história de terror sem medo.
A mundança climática nunca se apaixona. Os leitores estão fartos de sentimentalismos e romantismos, e adoram os tipos implacáveis que não se detêm diante de nada e que, apesar dos obstáculos, seguem avançando. E ali está ela, proporcionando estatísticas negativas sem cessar, multiplicando seus efeitos para desmentir qualquer interpretação positiva, fornecendo carniça aos amantes de histórias fortes, sórdidas e desesperadas. Trata-se, ademais, de um romance que jamais termina. Começou com pequenas anedotas, mas, lentamente, passamos a ver que o drama era maior, que estava em todo lugar, estendendo seus tentáculos bem além do óbvio. Se combatem a mudança climática, ela se torna mais forte. Se tentam enganá-la, ela se rebela. Nem mesmo Steven Spielberg poderia filmar esse romance. E, se o fizesse, veríamos populações inteiras olhando pela janela e, por sua expressão, adivinharíamos que se trata de um monstro impossível de ser descrito e do qual entenderíamos apenas o medo que produz, o terror que sugere. Ninguém tentaria fugir porque, vá você para onde for, a mudança climática o encontrará, se meterá dentro de você, violará seus filhos e seus pais, roubará suas economias, destruirá suas propriedades e o converterá naquilo que você é: um ser assustado e temeroso diante da previsão meteorológica.
A mudança climática é uma forma de medo verossímil. Existem outras, e todas são justificadas com argumentos mais ou menos científicos. Um dos luxos de nossa época é que os medos se multiplicam. Nos livros de Asterix e Obelix, o único medo era que o céu caísse sobre a cabeça dos gauleses. É o primeiro prenúncio da mudança climática intimidante. A peculiaridade da mudança climática é que ela intervém em outros medos. Se antes tínhamos medo de morrer ou de ficar arruinados, agora sofisticamos esses temores e pensamos que morreremos de sede e ficaremos arruinados porque as secas e os tufões acabarão com nossas propriedades. Há imagens que confirmam tudo isso: Nova Orleans, Birmânia. A televisão estará sempre presente para colher todas as imagens que, devidamente manipuladas, alimentarão a indústria do terror meio ambiental. Isso tem justificativa? Mas é claro. Em nome da divulgação e da pedagogia são ditas muitíssimas verdades, porém, além disso, elas são empanadas com a farinha de rosca dos interesses. Como é possível assustar uma população já cética e desconfiada? Exagerando ainda mais e, com o talento de um Stephen King, fazendo com que os sintomas de alarme se colem nas fendas menos perceptíveis do cotidiano.
Certa manhã, Gregor Samsa acordará metamorfoseado em uma enorme barata que, em vez de refletir sobre sua mutação existencial, pensará que é o produto de uma mudança meio ambiental. Proust irá se deitar bem cedo porque o tempo perdido desfilará pela janela em forma de ciclone ou desertificação. Thomas Mann não encontrará lugar em nenhum balneário porque alguém terá descoberto que as águas termais são, no fundo, insalubres.
A mudança climática é, além de uma certeza, uma indústria. Funciona seguindo os caprichos da oferta e da procura e logo poderá estar cotada na bolsa. Seu mercado é infinito, já que todos necessitamos consumi-la, concordar com seus encantos para nos sentir culpados e arrastar uma consciência pesada que nos transforme em contribuintes dóceis, votantes disciplinados, pais e maridos exemplares.
Às vezes, quando aumenta o temporal de notícias catastróficas, saio à rua e passeio por aí. Vejo as árvores, o sol, o céu azul e começo a suar, que é o que sempre fazemos no Mediterrâneo. Vejo uma menina tomando um sorvete, uma mulher vaidosa de pernas bonitas e um adolescente colocando à prova o equilíbrio de seu skate. Recordo que, há anos, o sol era sinônimo de alegria. Todos queríamos que fizesse sol e o relacionávamos com praias, festas até a madrugada e banhos à luz da lua. Agora o sol é um inimigo, uma vez que nos recorda dos erros meio ambientais cometidos. A chuva, que sempre foi considerada um embaraço e um obstáculo à vida neste rincão do planeta, tem cada vez mais prestígio. Chantageados pelas mensagens dos agourentos e pregadores, cada vez que chove, em vez de nos enfadarmos, aplaudimos e consultamos, pela internet, o nível das represas. Assim, pois, antes que ser um amante do sol se transforme em crime, quero dizer mais uma vez em voz bem alta: o tempo bom me encanta, o sol, o calor e o clima mediterrâneo.
Sergi Pàmies (1960, Paris)
chegou a Barcelona em 1971. Colabora com diversos suplementos e revistas culturais, trabalha como tradutor e é autor de numerosos relatos e romances. Escreve em catalão. Seu volume de relatos La gran novela sobre Barcelona foi um êxito internacional.
Tradução: Marcelo Backes
Copyright: Süddeutsche Zeitung
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