En
la primera quincena de diciembre de 2014, en el Palacio del Planalto,
en Brasilia, la presidenta Dilma Rousseff recibía el informe final
de la Comisión Nacional de la Verdad (CNV), constituída en 2012 para
investigar los crímenes de violación de derechos humanos (DDHH)
cometidos en los calabozos de la dictadura militar, entre 1964 y
1985.
A
decir verdad,
cuando firmó la ley que creaba dicha comisión, la mayoría de los
crímenes y sus autores ya eran conocidos, pero la presidenta –
ella misma una ex presa política torturada – tenía que exorcizar
la omisión de sus predecesores y convertir las denuncias
de los organismos de DDHH en memoria oficial de Estado.
Y
mientras leía su discurso se emocionó, porque uno de los tres
volúmenes del informe de 4.400 paginas contiene relatos sobre los
434 muertos y desaparecidos. La mandataria intentó retener las
lágrimas, pero no pudo. Contagiado, el auditorio completo se alzó
de sus sillas, le brindó una salva de aplausos y salió a abrazar a
la presidente.
A
cincuenta años del golpe cívico-militar del 31 de marzo de 1964,
por fin el Estado brasileño aceptaba la catarsis. Pero fue necesaria
una ex presa política como mandataria para que ocurriera.
En
paralelo, algunas horas después, la ex ministra de DDHH y ahora
diputada María do Rosario, del
Partido de los Trabajadores (PT),
ocupaba la tribuna de la Cámara de Diputados, destacando la
transcendencia histórica del informe.
Pronunciaba
sus últimas palabras, cuando fue interrumpida desde el centro de la
plenaria. El diputado Jair Bolsonaro pedía la palabra. Cuando ocupó
la tribuna, María do Rosario abandonó ostensiblemente el recinto,
en reiterada señal de protesta, pues ya sumaban más de dos
incidentes en los que el “colega” la insultó con palabras de
baja calaña y amenaza de agresión física, toleradas por un
Congreso omiso e inoperante.
Entonces
Bolsonaro disparó su repertorio, un cóctel
indigesto del pensamiento gorila y machista: “¿Por que no te
quedas, María do Rosario? Quiero que oigas lo que tengo que decir.
El día internacional de los derechos humanos es el día del
vagabundeo, el día en que el gobierno celebra la protección a los
criminales!”.
Con
un ataque frontal al pasado de la presidenta, quiso denunciar por
enésima vez lo que es público y notorio: que Dilma Rousseff fue
guerrillera, que luchó las armas en la mano contra la dictadura, que
participó en un asalto a un banco, etc. etc. etc.
Todos
actos “criminales”, según la beocia letanía de la ultra-derecha
civil y militar, pero desde siempre admirados por el pueblo y
explicados por los tribunales internacionales, que hace décadas
declararon a las dictaduras como regímenes
ilegales
y
usurpadores.
Pero
en la tribuna o donde sea, Bolsonaro no habla como un ser humano
normal: el ex capitán del ejército brame, gruñe, ladra y espuma al
ritmo de metralleta, mientras su rostro se desfigura con arrugas,
ojos hinchados, manías y espasmos.
Bolsonaro
sufre de trastorno
disocial de la personalidad, el parlamentario es
un agresivo sociópata.
¿Pero
será posible que el presidente de la Cámara no haya prestado
atención a su primera frase? Por suerte, en las dos cámaras del
Congreso graban todas sus reuniones, discursos y espectáculos
degradantes, y dándole vuelta al video allí está la frase
increíble, impronunciable, abominable: “Ud.
me ha acusado de violador, y yo le contesté que no la violo porque
Ud. no se lo merece!”.
¿Cómo
se explica que el presidente de la mesa no le haya quitado la
palabra, no le cortase el sonido al micrófono del troglodita
abyecto?
El
arquetipo del terrorista y golpista
Tenía
apenas nueve años cuando sucedió el golpe civil-militar, que lo
fascinó en su juventud y lo motivó a engancharse en la Escuela de
Preparación de Cadetes del Ejército y la Academia Militar de Agujas
Negras, de donde egresó como oficial paracaidista. En 1986, fue
arrestado
durante quince días por liderar una manifestación no autorizada por
la mejoría de los sueldos de la tropa.
No
satisfecho, pocos meses después, el paracaidista planeaba una serie
de atentados terroristas.
El
28 de octubre 1987, un reportaje de la revista “Veja” denunciaba
el plan del entonces capitán de explotar bombas “en distintas
unidades de la Villa Militar, la Academia de Agujas Negras, y en
varios otros cuarteles”. Detenidos, Bolsonaro y uno de sus
cómplices, negaron perentoriamente
las
imputaciones, pero al ser entrevistado por la revista, el militar
cometió un error: había diseñado un croquis de la bomba que sería
explotada en la aductora de aguas de Guandu, que abastece Rio de
Janeiro.
Se
lo mostró a la reportera y olvidó pedírselo de vuelta. Astuta, la
periodista escondió el croquis en su cuaderno y la revista entregó
la prueba al general Pires Gonçalves, que lo denunció a la Justicia
Militar. Empero, contra todas las pruebas, el capitán terrorista –
que en su afán de dinamitar cuarteles y la principal aductora de
agua de una ciudad con 7 millones de habitantes, incorporó a su
cálculo la muerte de decenas de personas – fue absuelto por la
Suprema Corte Militar; circunstancia que ilustra la orientación
ideológica del tribunal castrense.
Psicópata
homófobo y defensor de la tortura
Pocos
años después abandonó las fuerzas armadas, porque su
insubordinación recurrente le indicaba una carrera sin futuro, y
apostó a la política, haciéndose elegir, inicialmente, como
concejal del inexpresivo Partido Demócrata-Cristiano por el
municipio de Rio de Janeiro.
En
siete años, de 1988 a 2005, el ahora diputado federal había logrado
la proeza de inscribirse y luego desafiliarse de cinco partidos
políticos diferentes, minúsculos y conservadores, utilizándolos
como la mayoría de sus colegas como meros trampolines para sus
intereses personales.
En
el Congreso prosiguió con su campaña por mejores sueldos de la
tropa y como vocero de los quistes conservadores del law
& order,
que defienden la tenencia masiva de armas, la pena de muerte, el
fusilamiento de criminales por cuenta propia, ejecutables sin proceso
ni defensa, y que oponen virulenta resistencia a los derechos de
minorías, sean homosexuales o indígenas.
Con
los 450 mil votos que obtuvo en las últimas elecciones, Bolsonaro se
siente “intocable”, radicalizando aún más su
resistencia a la democratización y la liberalización de las
costumbres, ya sea el debate sobre la descriminalización de las
drogas livianas, las cuotas raciales en la enseñanza pública, o las
leyes que reglamentan la vida en pareja, y sobretodo el
reconocimiento legal de parejas homo-afectivas.
Y
porque una nueva ley autorizaría la adopción de hijos a los
homo-afectivos, el ex militar la difamó como “incentivo a la
pedofilia” y otros desastres de la civilización.
Su
“receta” para tratar con un homosexual en la familia resume la
irracional acepción del sentido común, cargada de prejuicios:
“¡Rómpase
al cabrón de una paliza, a ver si continúa con mariconadas!”
El
año 2011, cuando el Congreso discutía el proyecto de ley que
criminaliza a la homofobia, Bolsonaro tomó asiento atrás del
diputado Jean Wyllys, un periodista gay asumido, y mientras este
hablaba, el ex militar lo insultaba en voz baja: “¡Puto
sinvergüenza!”.
El
Partido Socialismo y Libertad (PSOL), de Wyllys, demandó a
Bolsonaro en el Consejo de Ética y Decoro Parlamentario, acusándolo
de diseminar el prejuicio y estimular la violencia, al justificar la
agresión y el asesinato de homosexuales en Brasil, demanda que quedó
sin efecto.
Es
más. Sintiéndose “inamovible”, desde la tribuna de la Cámara
de Diputados el derechista atacaba a “los gobiernos de izquierda,
comandados por terroristas”, a los que imputaba la “destrucción
de la familia y de las buenas costumbres”.
La
impunidad como estímulo
Mientras
el Estado se esfuerza para proteger los DDHH, Bolsonaro reivindica
las dictaduras.
En
agosto de 2000, en la Cámara de Diputados en Brasilia se celebraba
el fallo de la Corte Suprema chilena, despojando el ex dictador
Pinochet de su inmunidad parlamentaria. Contrariado,
Bolsonaro
berreó que “Pinochet debería haber matado más gente”.
En
2012, cuando la presidenta Rousseff instituyó la Comisión de la
Verdad, el milico perpetuum
causa
la provocó, vociferando que “el único error [de la dictadura] fue
torturar y no matar”, aullidos que reverberaron por altavoz lo que
en los cuarteles se tramaba en voz baja.
Sin
embargo, el mismo diputado hace una aclaración. Su predilección por
los fusilamientos de presos políticos y criminales comunes no
significa que desprecie la tortura. Todo lo contrario: “el
objetivo es hacer que el sujeto abra la boca. ¡Hay que reventar a
los gallos para que comiencen a hablar!”, declaró en la misma
época a la revista “Isto É”.
A
cada iniciativa de los organismos de DDHH, el propagandista de la
tortura y del asesinato respondió con vejación,
injuria y ofensa. Para
provocar a la agrupación “Tortura Nunca Mais”, que muchos años
antes de la Comisión de la Verdad ya buscaba las osamentas de
detenidos-desaparecidos, en la puerta de su oficina parlamentaria
prendió un dibujo con un cuadrúpedo, que decía: “Quienes exhuman
huesos enterrados son los perros”.
En
los pasillos del Congreso se divirtieron con la infamante broma, nada
más. Y ahora, ante el criminal insulto del ex militar a su colega
María do Rosario, la presidenta Rousseff y su gobierno callaron otra
vez.
En
una nota publicada el 13 de diciembre en el diario “Folha de S.
Paulo”, el columnista Ricardo Melo advertía que la “licencia“
del diputado para cometer crímenes execrables, como la defensa de la
violación, no existe. "Las
concesiones ante un pasado abominable
cobran un alto precio en el presente y en el futuro. El diputado
Bolsonaro ahí está para comprobarlo"... "Bolsonaro
idolatra el abuso sexual, ofende colegas y, siempre que puede, hace
poco caso de los derechos humanos. Un bandido. Sus herederos siguen
por el mismo camino, clamando por una intervención militar. Un bello
día, la historia pedirá permiso para repetirse”.
Durante
dos meses – durante y después de las elecciones de
octubre-noviembre de 2014 – Bolsonaro, su hijo y sus páginas en
las redes sociales intentaron precipitar la Historia, convocando
manifestaciones en São Paulo clamando por el impeachment
de
la presidenta recién electa y un golpe militar.
El
colmo del ridículo fue su petición enviada por internet a la Casa
Blanca en Washington, exigiendo una intervención americana en
Brasil: la extrema-derecha tropical histérica, llamando a socorrerla
a la caballería del General Custer, como ironizó el bloguero Sérgio Saraiva.
No
tuvieron éxito, en Avenida Paulista no juntaron más que 5 mil
individuos, y la Historia, astuta, no se dejó desviar de su curso
democrático.
Violación:
el arma de los vencedores
Al
decir “yo no la violo porque Ud. no se lo merece”, el
militar-parlamentario no sólo insultó de modo infamante a
la diputada María do Rosario, sino que ofendió el foro íntimo de
todo el género femenino sobre la faz
de la tierra. En particular la memoria de millones de mujeres
cruelmente violadas por ejércitos vencedores y torturadores al
servicio de las tiranías, desde la remota Grecia hasta el oprobio de
miles de mujeres yazidíes, secuestradas y abusadas por la milicia
terrorista “Estado Islámico”.
Con
su banalización e incitación al abuso sexual de mujeres, Bolsonaro
reitera la continuidad de un acto arcaico hoy tipificado como crimen
repulsivo: la posesión violenta de la mujer como “trofeo” de
guerra.
En
el Occidente, el arcaísmo repugnante tiene sus raíces en la Grecia
antigua, en donde la violación de la mujer del enemigo era cláusula
de reglamentos militares, considerada conducta socialmente correcta.
Tal aberración prevaleció desde la Antigüedad y la Edad Media
hasta el siglo XIX.
Y
a pesar de ser tipificada como crimen
de guerra,
la violación masiva de mujeres por los ejércitos vencedores empapó
de sangre femenina todo el siglo XX: 2 millones de mujeres alemanas
abusadas por el Ejército Rojo de Stalin; 300 mil mujeres y niñas
coreanas estupradas por las tropas invasoras japonesas; y según
informes de la ONU, “entre 100 mil y 250 mil mujeres de Rwanda
violadas durante el genocidio de 1994; 60 mil mujeres abusadas
durante la guerra civil en Sierra Leona (1991-2002); más de 40 mil
en Liberia (1989-2003); hasta unas 60 mil en la ex Yugoslavia
(1992-1995) y al menos 200 mil en la República Democrática del
Congo, desde 1998”.
La
perversidad del “mérito” femenino
En
esa estadística repulsiva
se
inscribe la violación de miles de mujeres detenidas por motivos
políticos en los calabozos de las dictaduras latinoamericanas.
Al
declarar el enfrentamiento de la oposición como “guerra interna”,
la dictadura brasileña justificó el secuestro y abuso de decenas de
mujeres jóvenes, de las que muchas se encontraban embarazadas. Los
casos documentados por la Comisión de la Verdad de Brasil superan
cualquier imaginario del terror: vejación de prisioneras desnudas,
tortura en los órganos genitales, abuso de esposas delante de sus
maridos torturados, violación de la vagina y del ano con palos,
caños de armas, perros y serpientes, acto seguido abuso por los
mismos torturadores. Centenas de sobrevivientes argentinas y chilenas
tienen los mismos recuerdos.
La
violación es el acto extremo del dominio masculino sobre la mujer y
busca su aniquilación. El abuso despersonaliza y deshumaniza a la
mujer, en algunos casos para el resto de sus días. Hay mujeres que
no resistieron a la humillación extrema, suicidándose. Otras
enfrentaron años de terapia para rescatar su alma quebrada, muchas
aún vagan por noches de insomnio a más de 40 años del instante de
su suplicio.
Y
esta obscenidad degradante el parlamentario brasileño la define como
“acto meritorio”, o sea, que las víctimas deberían “agradecer”
por la violencia sexual sufrida, suposición ciertamente engendrada
por la mente enfermiza de psicópatas.
Cada
tres minutos, una violación; cada dos horas, un femicidio
La
criminal banalización del abuso sexual por el parlamentario
brasileño se reviste de ropaje dantesco cuando es proyectada sobre
la pantalla de a vida cotidiana brasileña.
Según
el 8º Anuario de Seguridad Pública brasileño, en 2013 fueron
registrados en todo país 50.320 casos de violaciones, incluyendo
hombres. Pero la documentación advierte una circunstancia que agrava
todavía más a las estadísticas: "según investigaciones
internacionales, apenas 35% de las víctimas relatan los crímenes a
la policía, de modo que en 2013 pudiesen haber ocurrido 143 mil
violaciones".
El
abuso sexual y el femicidio en Brasil provocan el vértigo y buscan
un autor capaz de narrar la dantesca carnicería: según ONU Mujer
(2014), más de 92 mil mujeres fueron asesinadas en Brasil entre 1980
e 2010.
Un operativo de guerra, una ciudad borrada del mapa empapada de sangre femenina. La masacre está en curso, 5 mil mujeres asesinadas anualmente, mujeres violadas, degolladas, hechas pedazos, una cada dos horas.
Un operativo de guerra, una ciudad borrada del mapa empapada de sangre femenina. La masacre está en curso, 5 mil mujeres asesinadas anualmente, mujeres violadas, degolladas, hechas pedazos, una cada dos horas.
Expulsión
de la vida parlamentaria y penalización criminal
Que
un escenario como este vaya de la mano con la democracia
distributivista es un espanto. Que sea posible se debe a las raíces
culturales del machismo y a la vociferante impunidad: la ausencia del
Derecho y del Estado, que excitan y reaniman a sujetos como el ex
capitán, hoy parlamentario, a envalentonarse
públicamente como violador.
Ela
Wiecko, vice-procuradora-general de la República, en Brasilia,
demandó al diputado por incitar públicamente a la práctica de
crimen de violación. La denuncia (Inq 3932) fue formalizada el 15 de
diciembre en la Corte Suprema brasileña (STF) y será analizada por
el ministro Luiz Fux.
Decenas
de otras demandas – de parlamentarios, agrupaciones de mujeres y
DDHH – conmueven la sociedad brasileña indignada.
Habiendo
quebrado no sólo el decoro parlamentario, sino ofendido también a
miles de mujeres victimadas por la tortura y el irrespeto a su género
femenino en escala planetaria, sería de esperar que los Parlamentos
y Gobiernos latinoamericanos emitan una nota de repudio, observando
que la presencia de Jair Bolsonaro en la vida política del más gran
país de la región, y su elogio de la violación, son incompatibles
con la construcción de la Paz, la Justicia y la Democracia en el
continente latinoamericano.