18 maio 2012

Eduardo Galeano - Entrevista ao Canal 9, Buenos Aires, sobre seu livro mais recente


Do livro:

Día sin autos

   Los ecologistas y otros irresponsables proponen que por un día, en el día de hoy, los automóviles desaparezcan del mundo. 
   ¿Un día sin autos? ¿Y si el ejemplo se contagia y ese día pasa a ser todos los días? 
   Dios no lo quiera, y el Diablo tampoco. 
   Los hospitales y los cementerios perderían su más numerosa clientela. 
   Las calles se llenarían de ridículos ciclistas y patéticos peatones. 
   Los pulmones ya no podrían respirar el más sabroso de los venenos.
   Las piernas, que se han olvidado de caminar, tropezarían con cualquier piedrita. 
   El silencio aturdiría los oídos. 
   Las autopistas serían deprimentes desiertos. 
   Las radios, las televisiones, las revistas y los periódicos perderían a sus más generosos anunciantes. 
   Los países petroleros quedarían condenados a la miseria. 
   El maíz y la caña de azúcar, ahora convertidos en comida de autos, regresarían al humilde plato humano.


Manoel de Andrade - EN LAS HUELLAS DE LA UTOPíA - Nos rastros da Utopia




Se as coisas são inatingíveis… ora!
                                                                                                              Não é motivo para não querê-las…
                                                                                                              Que tristes os caminhos se não fora
                                                                                                              A mágica presença das estrelas!
                                                                                                                 

                                                                                                                    Mário Quintana 



Trad.: Cleto de Assis

                                                                                                              Si las cosas son inalcanzables… ¡pues
                                                                                                               No es motivo para no desearlas!…

                                                                                                              ¡Qué tristes los caminos si no fuera
                                                                                                        la mágica  presencia de las estrellas!
Mário Quintana 
(Trad. F. Füllgraf)

Eran los últimos días de 1969, y en las charlas en Lima discutíamos la herencia que  recibimos de los "años rebeldes". La década del 60 se había iniciado con un ejército limitando con un muro la libertad de Berlín, pero había terminado con tres astronautas abriendo los caminos del universo. En aquellos años el mundo se había conmovido con el mensaje de paz y amor, en la imagen sacrificada de Martin Luther King, y había conocido el verdadero significado de la resistencia, en la figura irreprochable de Ho Chi Minh. La revuelta de Nanterre movilizó a los estudiantes de todo el mundo, y a lo largo del continente, aportábamos en 1970 en la cresta de una ola libertaria de gran alcance, cuya espuma esparcía el ejemplo del Che Guevara. Vivíamos en un tiempo sin el liberalismo y la globalización, y Cuba surgía como una alternativa socialista y referencia de la lucha revolucionaria. El mundo era una alquimia de ideas y América Latina su mejor laboratorio. La nueva historia en el contexto continental, era la de una sola nación, un solo pueblo, latino e "indoamericano" – en la expresión de Mariátegui. La esperanza era una bandera izada en el corazón de todos los que se atrevían a soñar con una sociedad justa y fraterna, fuesen ellos un guerrillero, un intelectual comprometido, o integrase a una vanguardia estudiantil. Nuestra cultura ancestral – manchada por la violencia colonial y por la sangre de tantos mártires en la trágica memoria de cinco siglos – era redescubierta como una fuente que traía nuevas aguas para interpretar la historia. Nuestros sueños navegaban en el misterioso velero del tiempo, inflado por los vientos de la fe revolucionaria, cargado de himnos y canciones libertarias, llevando la madre tierra y las semillas para los desheredados, lleno también de emociones y con el encanto de la solidaridad, rumbo a la sociedad con que soñábamos.

Nosotros, los poetas, nos expresábamos por las  líricas huellas de esa anhelada utopía, al cantar las primicias de un mundo nuevo, con el presentimiento y de las luces de aquel inmenso amanecer. Transitábamos en la ruta de las estrellas en busca de un puerto en el horizonte, en búsqueda de un hombre nuevo, de una tierra prometida para ser entrevista en los primeros destellos de la aurora. Había una perseverante certeza en el mañana y muchos cayeron luchando con esa creencia tatuada en el alma, aunque los sobrevivientes nunca hayan llegado a contemplar esa alborada.

En los años 1960ser joven significaba estar comprometido con una fe, con una causa social, y en aquellos pasos de la historia era molesto ante el grupo no tener un compromiso político y peor todavía, ser de "derecha". En la juventud de aquellos añosser un "reaccionario" era un estigmaEsa fue la palabra que nosotros, los de la "izquierda", los opositores deshacíamos ideológicamente a los adversarios de la "derecha" y hasta a los dogmáticos del “Partidão”[i], por quienes éramos llamados de revisionistasPor otro lado, se hablaba de un " poder joven". ¿Pero que "poder joven" era aquelmaquillado con la credibilidad de las filosofías orientales, si ese poder no estaba comprometido con el significado social de la libertad y la justicia? La ideología marxista no nos permitía confundir los ideales inconsecuentes de la contracultura con el ideario de aquellos que estaban dispuestos a dar su vida por la construcción de una nueva sociedad. Era como si hubiera en América Latina, dos Mecas para la juventud, una en Berkeley y otra en Cuba.

Si la palabra "izquierda" ante los emolumentos del poder fue perdiendo su transparencia ideológica, es imprescindible no perder el significado histórico de esta dicotomía, ya que en su origendurante la Revolución Francesa, el clero y la nobleza se posicionaban a la derecha del Rey y los representantes del pueblo a su izquierda. Doscientos veinte años después, todos sabemos cuál es el lado que continúa defendiendo las causas socialesLos principios son intocables, pero no las ideasEs razonable, por lo tanto, que podamos resignificarlas, redefiniendo los colores de nuestra antigua bandera, así como reconocer los errores y defectos de la propia "izquierda".

Los años 60, enriquecidos por la generación de nuevas teorías sociales, por filosofías que señalaban el progreso de las relaciones humanasno mostrarían, en el sabor amargo de lo frutos, la dulzura sembrada por la esperanza. Los grandes sueños políticos se desmovilizaron por intereses ideológicos equivocadospor el oportunismo electoral y la seducción del poderLos sueños alimentados por la contracultura, en principio legitimados por las postulaciones en contra de los males del capitalismo, se perdieron en la peligrosa ilusión favorecida por las drogas, por el desencanto por la sexualidad y la posterior dependencia a las tecnologías alienantes. Sueños y esperanzas acabaron desaguando en este inquietante "mar de los sargazos" en que se transformó el mundodonde navegan los piratas de la codicia y la crueldad.

Pero también había jóvenes que no tuvieron la experiencia de esa emoción sublime de indignarse con las injusticias. En aquellos años, en otra línea de reacciones, una columna elitista de jóvenes marchaba en contra de todo lo que luchábamos. Me encontré con estas figuras siniestras en las calles de Curitiba. Eran portavoces de la alta jerarquía de la Iglesia y desfilaban altaneras con sus atavíos medievales, en los primeros años de la dictadura en Brasil, en defensa del régimen militar y los intereses conservadores de la oligarquía con las banderas "Tradición, Familia y Propiedad". Vi a sus asociados en Chile, liderados por Maximiano Ríos Griffin en 1969, durante el gobierno de Eduardo Frei, llevando las banderas al viento con el emblema de "Fiducia", el odio social, el resentimiento contra un cristianismo que abrazaba a las causas populares y sobre todo, a plantar las semillas de la conspiración que derrocaría, con otros aliados sanguinarios, el gobierno legítimo de Salvador Allende.

Desde los años 1970 la ascensión del capitalismo financiero, bajo el disfraz de la globalización, comenzó a extender sus redes y a ganar, con armas invencibles, esa nueva e inmensa guerra mundial, que avanza con voracidad, a desterrar los valores humanos y a generar multitudes de excluidos, moliendo nuestras utopías, convirtiendo el planeta en un supermercado y quitándole el carácter de la propia cultura con atrayentes modelos de un consumo superfluo y desechable.


Aunque haya en Brasil muchos jóvenes "conectados", preocupados con la ética, con las fronteras alarmantede la corrupción, con el rescate del medio ambiente y bellos proyectos comunitarios, toda aquella generación fue víctima de la nueva orden social impuesta a lo largo de veintiún años de dictadura militar, inducida a "educarse" en las cartillas de Educación Moral y Cívica, centradas en la obediencia, la pasividad, el anticomunismo y un malsano patrioterismo. Víctimas de un proceso de moldeo subliminal de comportamiento, los jóvenes que abdicaron de su conciencia crítica se transformaron en simples consumidores. Ellos forman parte de la juventud apresurada de nuestros días, no comprometida con los problemas sociales, inmediatista, con aversión a la lectura, o derrotada por la adicción. Esta es la cara trágica de un segmento de la juventud contemporánea: jóvenes que actúan como simples títeres de un mercado global de las ilusiones, asimilados por las nuevas tecnologías de información, homogeneizados desde los primeros años para consumir, renunciando a menudo al análisis de los hechos y de la etapa promisora de la ciudadanía.

Los precursores involuntarios de la posmodernidad – leer a Nietzsche y Heidegger – y sus ideólogos más ilustres en la filosofía y en el arte, se aliaron al posterior trabajo de demolición comandado por la globalización. En reacción a los paradigmas orgullosos y dogmáticos de la ciencia mecanicista del siglo XIX, los intelectuales nihilistas han apostado en la reacción generalizada de la falta de fe en los valores humanos, des-construyendo el significado de la verdad, la belleza y la trascendencia del humanismo en la tradición occidental; anunciando una libertad sin la noción del deber; no respetando los arquetipos religiosos, descalificando a la Historia, invirtiendo la estética del arte al despojarla de la estesía y del encanto (y si hay algún mérito en los excesos del arte moderno, es el de retratar el perfil catastrófico del mundo contemporáneo); la eliminación de la melodía de la música, proclamando la irreverencia y haciendo burla de los ideales y del significado de la utopía. Acerca de este término, tan desfigurado en nuestros días, estudiantes colombianos hicieron en una ocasión,  al cineasta argentino Fernando Birri, la siguiente pregunta: ¿Para qué sirve la utopía? El contestó que la utopía es como la línea del horizonte, siempre va por delante de nosotros y por eso nunca podemos alcanzarla. Si caminamos diez, veinte, cien pasos, ella siempre estará por delante de nosotros. Si la buscamos, ella se aleja. ¿Qué es la utopía? — preguntó él, respondiendo: Para hacernos caminar...

Aunque casi todo ha sido des-construido, nuestros ideales desterrados y la globalización ya nos impida soñar y nos arrastre al olvido, es imprescindible creer que hay una Fénix entre las cenizas que quedaron del mundo por el cual luchamos. No renunciamos a la esperanza, pero reconocemos que nuestro velero zozobró y sus restos se esparcieron en  las playas melancólicas de esos años. Sobrevivimos tal cual náufragos en un mar de ultrajes y desengaños, junto con lo que restó del destrozo de las grandes ideologías y con las crueles aberraciones que avergonzaron nuestros sueños cuándo vimos el marxismo dogmatizado por el estalinismo y comprendimos  por qué marchitaba la "Primavera de Praga". Sobrevivimos en las lágrimas derramadas por sobre las páginas de El Archipiélago Gulag, en el desencanto de saber la belleza de la utopía hegeliana invertida por el totalitarismo nazi y el conocimiento científico manchado por la explosión atómica.

La contraculturala postmodernidadla globalización y la destrucción del medio ambiente son los nuevos caballeros del mundo apocalíptico que recibimos. De estos cuatro patéticos espectros, los tres primeros han causado efectos desastrosos en la cultura – y allá en la región andinami nueva escuela en aquellos años, la globalización insinuaría el olvido de la historia y de la cultura, encontrándose con la lucha de los peruanos delante del legado Quechua y la resistencia inquebrantable de los bolivianos de mantener la cultura aymará – y los dos últimos sobre el curso futuro de la humanidad.

Nosotros no heredamos solamente la decepción, sino un enojo crónico a pesar de cualquier optimismoHoy somos, tan solo, seres comprados en este gran centro comercial de negocios y apariencias en el que se convirtió el mundo. Herederos impotentes de un sueñovivimos en un mundo alienante, distópico y devorado por las fauces de la globalización.

Años 60 – ¡que ventura haber sido joven en aquel tiempoAllí la realidad se encontraba a pocos pasos de los ideales.

Siglo XXI – ¡qué insólita transición¿A dónde vamos? ¡Sin nortesin puerto, sin un amanecer¡Cuánta perplejidad, cuántos presentimientos! ¿No habrá otro mundo mejor y posible? ¿Sin crueldad, estupidez y falsas promesasEstas son preguntas que piden respuestas plurales. Esta es una transición umbrosa balizada por la desventura y el desencanto. Es un tiempo de antítesis. Esperamos que el proprio Tiempocon su dialéctica misteriosa, nos traiga una síntesis regenerada. En este callejón sin salida nos quedan, sin embargo, los territorios inviolables de la imaginación y la esperanza y para mí un poco másla trascendencia y la grata introspección en esas memorias.



(*) Este capitulo forma parte del libro que el autor actualmente escribe sobre sus años de exilio en América Latina.

[i] Partidão – partidazo, apodo que recibía el Partido Comunista Brasileño, cuándo era considerado el mayor partido político de izquierda del país. (N.T.)



Versão original em Português

Nota editorial

Tempos atrás, o poeta e pensador paranaense, Manoel de Andrade, começou a dar vida a um projeto que vinha acalentando há vários anos: o resgate de sua memorável caminhada do Brasil até a fronteira do México, durante os anos de chumbo das ditaduras, época que em outros países coincidia com o rebrotar da efervescência politica e cultural, do que foram exemplos os governos progressistas, civis e militares, no Peru, Chile e na Bolívia. Destas lembranças nasce O Bardo Errante, livro do qual Manoel nos cede gentilmente alguns capítulos a título de pré-divulgação, iniciada com "Nos rastros da Utopia"

No Brasil, o poeta-viandante, Manoel de Andrade, é um personagem que foge à regra, no Paraná e em Curitiba, é pioneiro. Refiro-me, em primeiro lugar, à alma que subjaz ao seu projeto literário, o da grande crônica de viagem e de costumes, estilo virtualmente extinto em nosso jornalismo e até mesmo na literatura brasileira contemporânea. A alma manoelina que narra, questiona, celebra e canta, é a do abraço cultural e afetivo com a América de raízes indo-latinas.

Quem no Brasil conhece sua história, sua gente, suas riquíssimas culturas, sua literatura, seus cantos, e não por último – como comem, bebem e amam esses hermanos? Tomemos como exemplo o convívio entre os vizinhos. Houve épocas, e duraram muito, em que o ignaro baronato do café, aquela república autoritária instalada no Catete, mas que pensava no Vale do Paraíba apenas, tratava os vizinhos argentinos como “cucarachas”, e é bem verdade que, muitas décadas além, a recíproca era verdadeira, isto é, para os portenhos os brasileiros não passavam de “los negritos”. Trocado em miúdos: as velhas oligarquias, das quais apenas a argentina merecia ter atributo de elite, minimamente erudita – deste velho senhorio nada a esperar para o desvelo das diferenças; quem dirá das complementariedades. E fazê-lo, com o esforço da lembrança (lá se vão quarenta anos dessa odisséia) e a fúria investigativa – este é o primeiro mérito da obra, ao mesmo tempo hercúlea e apurada, de Manoel de Andrade, que percorre trilhas jamais sonhadas pelo jovem Guevara em sua romantizada viagem de motocicleta, realizada quinze anos antes.

A segunda virtude dessa “crônica do selvagem a pé” é sua indignação. Estupor e ira justificadas contra a decadência, que Manoel atribui a quatro novos “cavaleiros do apocalipse”, a saber a “contracultura, a pós-modernidade, a globalização e a destruição ambiental”. Manoel não faz denúncias vazias, sua dor transcende os cenários e os protagonistas da rapina e do pensamento único da mais-valia, pois deplora também a incapacidade dos “sujeitos históricos”, os da década de 1960, de trazerem para mais perto a Utopia – seja porque foram violentamente reprimidos e obliterados da face da Terra (o caso argentino), ou porque décadas depois grande parte dos sobreviventes confundiu-se com as regras do jogo (o alpinismo social, as ligações perigosas, 
a corrupção) transformando-se nos senhores da banca.

Talvez algumas assertivas soem polêmicas, mas aí estão para suscitar o debate - que o leitor se sinta à vontade para articular sua discordância(Frederico Füllgraf).


          Eram os últimos dias de 1969 e, nas conversas em Lima, discutíamos a herança que recebêramos dos “anos rebeldes”. A década de 60 se iniciara com um exército murando a liberdade de Berlím, mas terminara com três astronautas abrindo os caminhos do universo. Naqueles anos o mundo comovera-se com a mensagem de paz e de amor, na imagem sacrificada de Martin Luther King, e conhecera o real significado da resistência, na figura irretocável de Ho Chi Minh. A revolta de Nanterre mobilizara os estudantes do mundo inteiro e, ao longo do continente, aportávamos em 1970 na crista de uma poderosa onda libertária, cujas espumas espraiavam o exemplo de Che Guevara. Vivíamos num tempo sem liberalismo e sem globalização e Cuba surgia como uma alternativa socialista e referência da luta revolucionária. O mundo era uma alquimia de ideias e a América Latina seu melhor laboratório. A nova história, no contexto continental, era a de uma só nação, de um só povo, latino e “indo-americano”  -- na expressão de Mariátegui. A esperança era uma bandeira hasteada no coração de todos os que ousavam sonhar com uma sociedade justa e fraterna, fossem eles um guerrilheiro, um intelectual engajado ou integrasse uma vanguarda estudantil. Nossa ancestralidade cultural – manchada pela violência colonial e por tantos mártires na memória sangrenta de cinco séculos – era redescoberta como uma fonte trazendo novas águas para interpretar a história. Nossos sonhos navegavam no misterioso veleiro do tempo, enfunado pelos ventos da fé revolucionária, carregado de hinos e canções libertárias, levando a mãe-terra e as sementes para os deserdados, carregado com as emoções e o encanto da solidariedade e rumando à sociedade que sonhávamos.

          Nós, os poetas, expressávamo-nos pelos líricos rastros dessa ansiada utopia, cantando as primícias de um novo mundo e pressentindo as luzes daquele imenso amanhecer. Transitávamos na rota das estrelas, em busca de um porto no horizonte, em busca de um homem novo, de uma terra prometida a ser entrevista nos primeiros clarões da madrugada. Havia uma perseverante certeza no amanhã e muitos caíram lutando com essa crença tatuada na alma, embora os sobreviventes nunca tenham chegado a contemplar essa alvorada.

          Nos anos 60, ser jovem significava estar comprometido com uma fé, com uma causa social e, naqueles passos da história, era um desconforto, perante o grupo, não ter um engajamento político e, pior ainda, ser de “direita”. Na juventude daqueles anos, ser um “reacionário” era um estigma. Essa era a palavra com que nós, da “esquerda”, desfazíamos ideologicamente os adversários da “direita” e até os dogmáticos do Partidão,[1] por quem éramos chamados de revisionistas. Por outro lado, falava-se de um “Poder Jovem”. Mas que “poder jovem” era aquele, maquiado com a credibilidade das filosofias orientais se esse poder não estivesse comprometido com o significado social da liberdade e da justiça? A ideologia marxista não nos permitia confundir os ideais inconsequentes da contracultura com o ideário daqueles que estavam dispostos a dar a vida pela construção de uma nova sociedade. Era como se houvesse, na América Latina, duas Mecas para a juventude: uma em Berkeley e outra em Cuba.

Havana, 1961; Woodstock, 1969

          Se a palavra “esquerda”, perante as benesses do poder, foi perdendo sua transparência ideológica, é imprescindível não se perder o significado histórico dessa dicotomia, já que na sua origem, durante a Revolução Francesa, o clero e a nobreza ficavam à direita do rei e os representantes do povo a sua esquerda. Passados duzentos e vinte anos, todos sabemos qual o lado que continua defendendo as causas sociais. Os princípios são intocáveis mas não as ideias. É razoável, portanto, que possamos resignificá-las redefinindo as cores de nossa antiga bandeira, assim como reconhecer os equívocos e os defeitos congênitos da propria  “esquerda”.

 

          Os anos 60, ricos pela geração de novas teses sociais, por filosofias que apontavam para o progresso das relações humanas, não mostrariam, no gosto amargo dos frutos, o doce sabor semeado pela esperança. Os grandes sonhos políticos foram desmobilizados por interesses ideológicos equivocados, pelo oportunismo eleitoral e pela sedução do poder. Os sonhos alimentados pela contracultura, inicialmente legitimados pelas postulações contra os males do capitalismo, perderam-se nas perigosas síndromes da ilusão propiciada pelas drogas, pelos desencantos da sexualidade e pela posterior dependência de tecnologias alienantes. Sonhos e esperanças  acabaram desaguando neste inquietante “mar de sargaços” em que se transformou o mundo, onde navegam os corsários da ambição e da crueldade.

 

          Mas também havia jovens que não vivenciaram essa sublime  emoção de indignar-se com as injustiças. Naqueles anos, numa outra linha de reações,  uma elitizada coluna de jovens marchava contra  tudo pelo que lutávamos. Conheci essas sinistras figuras nas ruas de Curitiba. Porta-vozes da alta hierarquia da Igreja, desfilavam altaneiras, com seus paramentos medievais, nos primeiros anos da ditadura no Brasil, defendendo o regime militar e os interesses conservadores da oligarquia que representavam com os estandartes da “Tradição, Família e Propriedade”. Vi também seus parceiros, no Chile, liderados por Maximiano Griffin Ríos, em 1969, durante o governo de Eduardo Frei, portando, nos panos ao vento com o emblema da “Fiducia”, o ódio social, o ressentimento contra um cristianismo que abraçava as causas populares e, sobretudo, plantando as sementes da conspiração que derrubaria, com outros aliados sanguinários, o governo legítimo de Salvador Allende.

 

          A partir da década de 70 a ascensão do capitalismo financeiro, sob o disfarce de globalização, começou a estender as suas redes e a ganhar, com armas invencíveis, essa nova e imensa guerra mundial, avançando com sua voracidade, desterrando os valores humanos, gerando multidões de excluídos,  triturando nossas utopias, transformando o planeta num supermercado e descaracterizando a própria  cultura com atraentes modelos de um consumismo supérfluo e descartável.


           Ainda que haja, no Brasil, muitos jovens “conectados”, preocupados com a ética, com as fronteiras alarmantes da corrupção, com a redenção ambiental e com belos projetos comunitários, toda aquela geração foi vítima da nova ordem social imposta ao longo dos vinte e um anos de ditadura militar, sendo induzida a “educar-se” pela cartilha da Educação Moral e Cívica, focada na obediência, passividade, no anti-comunismo e num patrioterismo doentio. Vítimas de todo um processo subliminar de moldagem comportamental, os jovens que abdicaram da consciência crítica foram transformados em meros consumidores.  Formam parte da juventude apressada dos nossos dias, descomprometida com os problemas sociais, imediatista, avessos à leitura,  ou derrotada pelo vício. Essa é a face trágica de um segmento da juventude contemporânea: jovens como meras marionetes de um mercado global de ilusões, aculturados pelas novas midias, homogeneizados desde os primeiros anos para consumir, abdicando quase sempre da análise dos fatos e do estágio promissor da cidadania.

          Os precursores involuntários da pós-modernidade – leia-se Nietzsche e Heidegger – e os seus mais ilustres ideólogos, na filosofia e na arte, aliaram-se ao trabalho posterior de demolição comandado pela globalização. Reagindo aos paradigmas orgulhosos e dogmáticos da ciência mecanicista do século XIX, os intelectuais niilistas apostaram na reação generalizada da descrença nos valores humanos, desconstruindo o significado da verdade, da beleza e da transcendência do humanismo na tradição ocidental; anunciando uma liberdade sem a noção do dever; desrespeitando os arquétipos da religiosidade; desqualificando a história; invertendo a estética da arte ao despojá-la da estesia e do encanto (e se há algum mérito nos exageros da arte moderna é o de retratar o perfil catastrófico do mundo contemporâneo); retirando a melodia da música,  proclamando a irreverência  e ironizando os ideais e o significado da utopia. Sobre esse termo, tão desfigurado em nossos dias, certa vez estudantes colombianos fizeram ao celebrado cineasta argentino Fernando Birri, a seguinte pergunta: Para que serve a utopia? Ele respondeu que a utopia é como a linha do horizonte, está sempre a nossa frente e por isso nunca podemos alcançá-la. Se andamos dez, vinte, cem passos, ela sempre estará adiante de nós. Se a buscamos, ela se afasta. Para que serve a utopia? perguntou ele, respondendo: Para fazer-nos caminhar…

 

          Embora  quase tudo tenha sido desconstruído, nossos ideais desterrados e a globalização já não nos deixe sonhar e nos insinue a esquecer, é imprescindível acreditar que há uma Fênix entre as cinzas que restaram do mundo pelo qual lutamos. Não abdicamos da esperança, mas reconhecemos que nosso veleiro soçobrou e que seus restos foram bater nas praias melancólicas desses anos. Sobrevivemos quais náufragos num mar de ultrajes e decepções, junto com os destroços das grandes ideologias e com as cruéis aberrações que envergonharam os nossos sonhos ao vermos  o marxismo dogmatizado pelo stalinismo e ao compreendermos porque murchava a “Primavera de Praga”. Sobrevivemos nas lágrimas derramadas sobre as páginas d’O Arquipélago Gulag,  no desencanto de saber a beleza da utopia hegeliana invertida pelo totalitarismo nazista e o conhecimento científico manchado pela explosão atômica.

         A contracultura, a pós-modernidade, a globalização e a destruição ambiental, são os novos cavaleiros do mundo apocalíptico que recebemos. Dessas quatro patéticas “figuras”, as três primeiras causaram efeitos desastrosos sobre a cultura – e lá na região andina, minha nova escola naqueles anos, a globalização insinuaria o esquecimento da história e da cultura deparando-se com a luta dos peruanos ante a herança quéchua e a resistência inquebrantável dos bolivianos pela manutenção da cultura aymara  –  e as duas últimas sobre os rumos futuros da humanidade.

          Não herdamos somente a decepção, mas uma crônica indignação a despeito de qualquer otimismo. Hoje somos, tão somente, seres comprados nesse grande shopping de negócios e aparências em que se transformou o mundo, herdeiros impotentes de um sonho, vivendo num mundo alienante, distópico e devorado pelas fauces da globalização.

          Anos 60 -- Que ventura ter sido jovem naquele tempo! Lá a realidade estava a poucos passos dos ideais.

         Século XXI -- Que estranha transição! Para onde vamos? Sem norte, sem porto, sem um amanhecer! Quanta perplexidade, quantos pressentimentos!  Haverá outro mundo, melhor e possível? Sem crueldade, estupidez e promessas mentirosas? São perguntas plurais que pedem respostas plurais. Essa é uma transição sombria balizada pela desventura e o desencanto. É um tempo de antíteses. Esperamos que o próprio Tempo, com sua misteriosa dialética, traga-nos uma regenerada síntese. Nesse impasse restam-nos, contudo, os territórios invioláveis da imaginação e da esperança e para mim um pouco mais: a transcendência, e a grata introspecção nessas memórias.

[1] Apodo que tinha o Partido Comunista de Brasil, na época considerado o maior partido político de esquerda do país.


Fotos e ilustrações: divulgação

17 maio 2012

Carlos Fuentes - la ultima entrevista

Foto: divulgação



Nota: a presente entrevista foi realizada durante a Feira do Livro de Buenos Aires pelo jornalista Francisco Peregil para o jornal El País (Espanha)poucos dias antes da morte do escritor mexicano.


Carlos Fuentes llegó a Buenos Aires a comienzos de mayo para asistir a la Feria del Libro. Acababa de entregar un libro a su editorial y ya tenía otro en la cabeza, iba de un almuerzo a una cena, firmó ejemplares durante tres horas, recibió a decenas de periodistas, uno detrás de otro, respondió a cientos de preguntas sin titubear, sin demorarse, sin dudar en un nombre ni una fecha. Y siguió paseando sus 83 años entre América y Europa, sin atisbo de cansancio. El secreto tiene mucho que ver con su pasión por la escritura.
"Mi sistema de juventud es trabajar mucho, tener siempre un proyecto pendiente. Ahora he terminado un libro, Federico en su balcón, pero ya tengo uno nuevo, El baile del centenario, que empiezo a escribirlo el lunes en México".
Pregunta. ¿Sin horror al vacío de la página en blanco?
Respuesta. Miedos literarios no tengo ninguno. Siempre he sabido muy bien lo que quiero hacer y me levanto y lo hago. Me levanto por la mañana y a las siete y ocho estoy escribiendo. Ya tengo mis notas y ya empiezo. Así que entre mis libros, mi mujer, mis amigos y mis amores, ya tengo bastantes razones para seguir viviendo.
P. ¿No cree que a veces al cumplir años uno no se hace más sabio sino más torpe a medida que se afianza en sus viejas convicciones?
R. Depende de quién. Yo soy muy amigo de Jean Daniel, el director delNouvel Observateur. Es un hombre que acaba de cumplir 91 años y es más lúcido que usted y yo juntos. Nadine Gordimer tiene noventa y tantos. Luise Rainer, la actriz, a quien veo mucho en Londres, tiene 102 años. Y va conmigo a cenas, se pone un gorrito y va feliz de la vida. No hay reglas. El hecho es que cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada.
Las calles de Buenos Aires le hacen recordar a Carlos Fuentes su adolescencia entre risas, como si acabara de sucederle ayer, inmune a las trampas de la nostalgia.
R. Viví mucho Buenos Aires porque mi padre llegó como consejero de la embajada de México en 1943. Como el ministro de educación era Hugo Wast, en la escuela se daba una educación fascista. Y le dije a mi padre: “Mira, yo vengo de la escuela pública de Washington, no soporto esto”. Y mi padre me dijo: “Tienes toda la razón, tienes 15 años, dedícate a pasear”. Y eso hice. Durante un año me convertí en hincha de la orquesta de Aníbal Troilo. Lo seguí por todos lados. La librería Ateneo me alimentó con literatura argentina, me enamoré de una vecina que me doblaba la edad. Yo tenía 15 años, ella 30. Y siempre que regreso tengo la sensación de que rejuvenezco, de que vuelvo a tener 15 años y dónde está la francesita de enfrente, ¿no?
P. ¿Fue correspondido?
R. Mmmuy correspondido porque el marido estaba dirigiendo películas el día entero.
P. ¿Cómo nota ahora la ciudad?
R. Ha cambiado muy poco, es una ciudad idéntica a sí misma. Era una ciudad que se hizo en el gran auge ganadero y agrícola, desde [Domingo F. ] Sarmiento (1811-1888) hasta 1940. Pero están las mismas grandes avenidas, los mismos grandes hoteles... México es una ciudad más antigua, una ciudad india primero y después una gran ciudad de la colonia. Pero esto era una aldea en 1820 y dio un gran salto y se convirtió en Buenos Aires, que era la ciudad más atractiva, más moderna de América Latina. En esos años los argentinos despreciaban mucho al resto de América Latina: los brasileños eran macacos, los mexicanos éramos pistoleros. Y ahora ya somos iguales todos.
P. ¿Bailaba tangos?
R. Lo bailo muy bien. Tuvimos una cena en Montevideo que le dio el presidente [Julio María] Sanguinetti al presidente [Ernesto] Zedillo. Sanguinetti baila el tango estupendamente. Bailó con su mujer… ¡guau, aplausos!… Y le dijo a Zedillo: “Ahora, usted”. Y el presidente me dijo: “Carlos, tú represéntame”. Y yo bailé con mi mujer. Representé a México gracias al tango.
P. Un escritor que recibe trato casi de jefe de Estado, ¿cómo se las arregla para escuchar?
R. Un escritor tiene que escuchar porque si no, no se sabe cómo habla la gente. Anoche, por ejemplo, pasé dos horas o tres firmando libros en la feria. Pero, sobre todo, para oír a la gente, para ver qué piensa. Y, más que nada, yo les pregunto a ellos.

Fuentes está leyendo dos libros. Uno es Mañana o Pasado, de su compatriota Jorge Castañeda sobre la actualidad mexicana – “un libro muy inteligente, con el que estoy de acuerdo a veces sí y a veces no, pero es una mirada muy inteligente”-- y el otro es Los Living, de Martín Caparrós. “Muy buen libro de muy buen escritor”. También le encantóLibertad, de Jonathan Franzen: “Rompe con los moldes y restricciones de la novela americana. Él mete todo, periodismo, política, deportes… todo va entrando de una manera natural para dar un mundo completo de esta gente tan decente y simpática que son unos monstruos, pero que están rodeados de un mundo de cultura verdadero”.
Cuando publicó en España su ensayo La gran novela latinoamericana indicó que al chileno Roberto Bolaño no aparecía en el libro porque no lo había leído y no le gustaba opinar de lo que no conoce. Esperaba leerlo cuando encontrase más tranquilidad. Pero aún no debido encontrarla. Se declara desbordado por la cantidad de libros y escritores que salen cada año en Latinoamérica.
P. ¿De qué tratan su último libro y el que va a comenzar ahora?
R. En la que he terminado, Federico en su balcón, Nietzsche aparece resucitado en un balcón a las cinco de la mañana y yo inicio con él una conversación. Y la que voy a empezar, El Baile del Centenario, termina una trilogía de la Edad Romántica, que cubre desde la celebración del centenario de la independencia en septiembre de 1910, que lo organiza Porfirio Díaz, y la celebración del fin del centenario en 1920, que la organiza Álvaro Obregón con José Vasconcelos, de manera que cubre diez años de la vida de México. Tengo ya muchos capítulos, notas y personajes. Hay una mujer que me interesa mucho, que no quiere decir nada de su pasado y se va descubriendo poco a poco, hasta que llega al mar y se libera.
P. ¿Le atrae algo en particular de este principio de siglo?
R. Me fascinan los cambios que estamos viviendo. ¿Quién iba a decirle a usted que los cambios iban a empezar en el norte de África? Y de ahí se ha extendido a buena parte de Europa y a los Estados Unidos, donde muchos de mis estudiantes me dicen: “Yo soy doctor y no encuentro trabajo”. O… “Mi padre ascendió a la clase media y yo siento que estoy bajando a la clase trabajadora”. En América Latina también hay cambios muy grandes, aunque se ha mantenido cierta estabilidad. Antes los problemas empezaban en América Latina. Ahora parece que van a llegar a América Latina. Y es un mundo que no sabemos nombrar. Si uno le dice a Dante, ¿qué se siente estando en plena Edad Media?, él nos diría: “¿Y qué es la Edad Media?” No podemos nombrar esta época pero sentimos que todo está cambiando. El Renacimiento sabía que era el Renacimiento, la Edad Media no sabía que era la Edad Media.
P. ¿Qué tal se maneja con Internet y las redes sociales?
R. Yo me quedé en el fax; escribo a mano en una página en blanco con pluma, corrijo en la página de enfrente. Es mi esposa la que me informa de las novedades. Antes decía voy a la Enciclopedia Británica a busca y ahora mi esposa me dice, no, le da a una tecla y aquí está.
P. ¿Considera que en las últimas décadas se ha producido una especie de revolución silenciosa por parte de las mujeres?
R. Ha sido clamorosa, no silenciosa. Pero no es un problema que empezó hoy. La suya es una victoria de la humanidad, no solo de las mujeres.
P. ¿Qué opina de la expropiación del 51% de las acciones de Repsol en YPF?
R. En México nacionalizamos el petróleo en 1938. Hay actos que está dentro de las facultades de cada Gobierno y después están las consecuencias de esos actos. Y eso es lo que todavía no sabemos. Vamos a ver qué consecuencias tiene este acto. Los problemas internos de la Argentina, que son muchos, son resueltos a veces con un golpe de prestidigitación que acarrea el apoyo de toda la sociedad. Aquí hasta Menem se ha manifestado a favor de esta medida. Y se olvidan un poco de algunos errores, que ya vendrán otros.
Un chaval de 83 años
F. P.
La entrevista estaba fijada para el mediodía del 2 de mayo. Finalmente, se adelantó media hora porque todas las que atendió esa mañana las despachó con brevedad. Vestía con traje y corbata impecable y dijo que pensaba almorzar después en la embajada de México. La noche anterior había aguantado dos horas de pie firmado ejemplares en la Feria del Libro. Se le iluminaban los ojos cuando hablaba de sus escarceos de adolescente por Buenos Aires y se confesaba fascinado por los cambios tan vertiginosos que están produciendo en el mundo.

-Me admira la lucidez mental que tiene usted, la juventud… - le confesé
-Espérese un poquitooo –inconfundible acento mexicano-, espérese un poquito- dijo riéndose.
-Decía Picasso que cuando uno es joven lo es para toda la vida.
-Yo creo que sí, yo creo que sí.
-No quiero desaprovechar la oportunidad de hablar con una parte de la historia del boom para preguntarle por algún recuerdo de su generación, de los escritores del boom, de sus amigos.
-Lo que era muy bonito es que éramos muy amigos todos. Hay una foto de un año nuevo en Barcelona donde estamos Donoso, García Márquez, Vargas Llosa y yo. Todos abrazados. Ése es un momento muy bonito. Recuerdo ese momento en que había una gran fraternidad entre los escritores, una generación que quería cambiar la literatura latinoamericana. Y se logró, se cambió. Aunque las amistades se acabaron, pero la literatura prosiguió y de gran calidad. Pero fue una decisión que en ese momento salía La ciudad de los perros, salía Cien años de Soledad, salía La muerte de Artemio Cruz, salíaCoronación. Entonces había un momento de efervescencia, de novedad, muy grande.

-Esa amistad surgió porque se estableció la química, ¿no? No porque ustedes dijeran “tenemos un objetivo común”.
-No, no… era natural. Tres de ellos vivían en Barcelona y yo los visitaba. Y yo era amigo de García Márquez desde antes de conocerlo, porque lo había publicado en México. Eh… de manera que eran amistades naturales, de generación, de profesión. Y aliadas a la creación de libros que me parecen importantes.
-¿Y a usted cuando se le cita en las entrevistas y como el autor de La muerte de Artemio Cruz o de La región más transparente, ¿a usted qué le agrada más? ¿qué novela prefiere?
- Yo tengo una sola novela que se llama La edad del tiempo y ahí incluyo todas. Hay unas que son muy bellas, hay otras amargas, a otras les falta un ojo… Pero yo las quiero a todas igual. Todas son mis hijos.
Repaso la grabación y completo el título de la entrevista –“No tengo miedos literarios”-- con la frase tal como la pronunció:
-No tengo miedos literarios. Tengo miedo a otras cosas. Tengo miedos políticos, pero literarios no.

Al despedirse dijo que había pasado un buen rato y que tenía muy buenos amigos en EL PAÍS.