Con mi agradecimiento a Louis Casado por la revisión del Español.
Nota de Louis Casado en POLITIKA CHILE, 6 de enero 2015:
Ya lo hemos dicho, POLITIKA tiene el privilegio de contar con colaboradores de buena pluma. Frederico Füllgraf es uno de ellos. El texto que presentamos aquí, con el subtítulo "Una crónica de año nuevo", es notable. Notable por el personaje descrito, por la calidad de la escritura, por las referencias musicales, literarias y lingüísticas, por el tono, por la justicia que le rinde a un perdulario heroico que, en medio de la guerra, jugó a salvar vidas, olvidando la suya...
Ya lo hemos dicho, POLITIKA tiene el privilegio de contar con colaboradores de buena pluma. Frederico Füllgraf es uno de ellos. El texto que presentamos aquí, con el subtítulo "Una crónica de año nuevo", es notable. Notable por el personaje descrito, por la calidad de la escritura, por las referencias musicales, literarias y lingüísticas, por el tono, por la justicia que le rinde a un perdulario heroico que, en medio de la guerra, jugó a salvar vidas, olvidando la suya...
Los
poetas mueren de sobredosis: de versos, droga o locura; en casos
extremos, de hambre o de un tiro de revólver del marido de la
amante.
Ya Oskar Huth, el ebrio virtuoso, patinó sobre una partitura y se cayó en un foso, entre una clave y un si-bemol. En vida fue lo que los berlineses llaman un Original: viajado, erudito, amante de la buena tertulia, y, sobre todo, vagabundo; subentendido no como una transgresión criminal, sino un atributo de persona, digamos, algo adversa al trabajo.
Bohemio,
Huth era una especie de Baudelaire prusiano. Llevaba en sus venas el
mapa de avenidas y alamedas, de las columnas y de las estatuas, de
los arcos y viaductos y, sobre todo, de los Kneipen,
los bares y botiquínes.
No
andaba, parecía deslizarse sobre la ciudad, con los ojos cerrados.
Lo
conocí cuando ya bordeaba los sesenta años de edad. Una noche
Irrumpió en el bar Litfass, del también nostálgico portugués
Antonio, trajeado de modo incombinable, chillona corbata color
naranja sobre una camisa de color verde, desaliño acentuado por la
chaqueta violeta, desgastada por el uso.
Le
gustaba espolvorear mala educación, moda anti-autoritaria de la
época, con implacable protocolo, pero sin soberbia: no se resistía
al hábito de saludar a las damas, besándoles las manos – actitud
extemporánea, que en ellas rescataba al despreciado (pero, ¡Ay!,
tan deseado) Caballero
a la moda antigua – reforzando la colorida, etílica y divertida
decadencia de la entonces ciudad intramuros.
Contumaz,
en este mismo tono fin-de-siglo (del XIX, porque estábamos en 1980),
a pesar de mi irritación, Oskar me saludaba como “mein Freund vom
Oberen Orinoco” (mi amigo del alto Orinoco), rudo equívoco
territorial que recordaba aquella ignorancia geográfica de las
películas de serie B de Hollywood, en los que chiquitas-bananas
bailaban rumba
en Coupakébéna...
¿Carmen
Miranda? – ¡Oh, nein,
gringos
jamás!
En
aquel chispeante momento bolivariano Herr
Huth reincorporaba la odisea del noble
Humboldt
a las “regiones equinocciales del nuevo continente”.
Con
todo, su embrujo no brotaba sólo de sus modos educados, fuera de
orden, sino de su aura de alemán marginal, cuyo coraje era
cuchicheado en prosa y en verso, en aquellos tiempos (fuera de Ché
Guevara ) tan carentes de héroes.
Cuando,
inspirado, se ponía al sebiento piano de teclas amarillentas por el
humo de los cigarros de muchos años, parecía una réplica perfecta
del “El Borracho”, vinilo muy tocado en las fiestas de mi país,
en mi infancia, ilustrado en la carátula con un pianista ebrio junto
a un piano ídem. Del cual Oskar conseguía arrancar armonías
oblicuas para asombro de la platea: solemnes fugas
de Bach, aquellos estertores de Billie Holiday (“He is my
maaaan…”), una lacrimosa chanson
de la
Piaf.
En
estos concerti
buffi
jamás faltaba una rubia cuasi fatal, derramada sobre el piano, como
un falsete de Greta Garbo trazando con los ojos John Gilbert al
piano, en Flesh and the Devil.
Aposté
que un día se adentraría en el bar en medio de una depresión
astral y – de
staccato a furioso
– atacaría algo de Hindemith; sólo para contrariar.
El
“borracho con arte”
Pero
Oskar era movido por un inquebrantable buen humor. Cuando llegaba
recién despierto, con profundas ojeras oscuras, despeinado y con
barba de tres días, se disculpaba con deferencia, recuperando en el
cielo de plomo los tormentos de la noche anterior : “me pasé de la
cuenta, Brüderchen
(“hermanito”), me bebí el río entero, me encharqué hasta el
alma”, alegoría emprestada del Spree, río que corría de este a
oeste, por debajo del Muro, imperturbable ante la división de la
ciudad. Y saber beber para Huth era un arte, que por eso se definía
como Kunsttrinker, un “borracho con arte”.
Antes
de mi regreso a Brasil teníamos acordada una entrevista para un
semanario brasileño, que tendría lugar en la gavia del Obelisco de
la Victoria (victoria sobre Francia, en 1870), una columna
bismarckiana que culminaba en un gigantesco y brillante ángel
dorado, que Wim Wenders llevó a la historia del cine como ícono de
“Las alas del deseo”.
Indisciplinado,
alemán al revés, Herr
Huth no llegó. Me dejó baboseando por la narrativa hasta el próximo
encuentro - en el bar. Ciertamente porque el ángel no servía
bebidas, sólo unos excelsos, insípidos hálitos, sin alcohol, sobre
el arte de elevarse a las alturas; esas bizantinidades aleteantes de
querubines y aeronautas.
Hijo
de músico, acompañaba al padre a bordo de una carreta, desde la más
tierna edad en misión profesional. Viajaban por Berlín y la
provincia de Brandenburgo, reparando y afinando órganos de iglesias,
devolviéndole la alegría a padres y pastores, recibiendo a cambio
su pro-labore
y la promesa de una vida eterna.
Fue
así que la música entró en el paso terrenal de Oskar, quién sabía
como pocos que la eternidad, pues, ¡se arrebata en el instante!
El
falsario eternizado por la Literatura
Lo
que haría su biografía digna de un largo metraje fue la 2ª guerra
mundial, que silenció sus Lieder,
sustituyéndolos por el silbido tenebroso de los bazucas, tanques y
bombarderos, cubriendo el cielo sobre Berlín.
Periodistas
y escritores alemanes ya compararon su aventura y sus modales a la de
“El valeroso soldado Švejk”,
es decir: hacerse el tonto, idiota, como táctica astuta para la
sobrevivencia.
Huth
venia estudiando artes plásticas y técnicas de impresión en
Berlín, entre 1936 y 1939, cuando explotó la II Guerra Mundial y el
debería presentarse para el frente de batalla. Pero burló al
alistamiento militar con el pretexto de “disturbios motores” y se
escapó.
Era
el año 1941, cuando más y más amigos judíos de Oskar eran
apresados y deportados para campos de concentración y el pintor
bohemio decidió desaparecer, ingresando a la clandestinidad, en la
que sobrevivió con astucia hasta el final de la guerra, en 1945.
Equipado
con una imprenta, alegaba producir importantes documentos de guerra,
pero en realidad imprimía documentos sí importantes para la
sobrevivencia de clandestinos: carnés de identidad, pasaportes,
bónus alimentarios – todo falsificado gracias a su perícia como
artista plástico y diseñador.
No
trabajaba por dinero apenas, se desempeñaba como activista dedicado
a judíos perseguidos y combatientes de la resistencia
anti-hitlerista. Para evitar preguntas inoportunas y controlos en el
metro y trenes de Berlín, el falsario los evitaba, preferiendo
entregar su “mercancia en domicilio”, lo que hacía
sacrificándose y caminando interminables horas, a veces en círculos,
a través de la capital del Reich.
Su
“cliente” quizás el más celebre de todos fue el general Ludwig
von Hammerstein, que había participado del fracasado atentado del
20 de julio 1944 contra Hitler, y que por eso vivía clandestino en
la residencia de la farmaceutica Hertha Kerp, en Oranienstraße 33.
Alli Oskar Huth y el general demócrata compartieron algunos días
como enemigos cazados por la Gestapo de Hitler. Cuando Huth le
ofreció algunos de sus bónus alimentarios, que permitían comprar
comida racionada, el militar no las quizo acceptar, pero al final el
impostor lo convenció, diciendo, "tómelos tranquilo, yo
mismo los fabriqué”, a lo que se siguió tremenda carcajada –
así se lee en “Hammerstein
o el tesón” (Anagrama,
2012), la biografía fictícia del poeta Hans Magnus Enzensberger
sobre el padre del general Ludwig, Kurt von Hammerstein, ex Jefe del
Ejército Alemán, anti-fascista como su hijo.
Uno
que siempre estuvo fascinado por su historia fue el Premio Nobel,
Günter Grass, que finalmente lo inmortalizó en su novela “Años
de Perro” (reeditada por Alfaguara en 2013), la monumental
disecación del nazismo por el autor-personaje.
Oskar
Huth sobrevivió a los seis años de guerra como falsario, emergiendo
de su bunker el día de la conquista de Berlín por las fuerzas
aliadas. Interrogado por norteamericanos, les habría recomendado una
“receta” para su país en ruinas: ¡divídanlo en cuarenta partes
y nunca más habrá guerra!
Los
yanquis se miraron, rieron abrumados y prometieron pensar en la
propuesta: en 1948 Alemania estaba dividida en dos y Berlín “en cuatro patas”, digo: dividida en cuatro “zonas” de dominio militar –
geografía e historia, hoy superadas – pero de autoría
reivindicada por Oskar, que reía, mañoso, ajustándose la corbata
torcida, insinuando solemnidad. Se divertía con el pasmo de los
cristianos ante sus fanfarronerías y apostaba a su perpetuación
como mito.
El
teclado aerodinámico
E
intentando arrancar de la música el inmortal Oskar, el Airoso,
tramó un invento inmejorable, primoroso: un piano con “teclado
aerodinámico”.
Revolucionario
porque profundamente ergonómico, su concepto se basaba en la
observación de que, durante un concierto de una duración media de
noventa minutos, un pianista aplica varios centenares de kilos de
fuerza en el teclado.
– El
recital fue una apoteosis, ¡aunque el pianista estaba hecho mierda!
– Protestaba, el cabello despeinado.
Sustituyendo
el teclado convencional, fijo, por otro, acostado sobre un colchón
de aire, el espirituoso borracho
pretendía imprimirle la “sostenible levedad del toque” al arte
de conducir el piano.
Patentó
su idea, y una confraternidad de amigos creó el “Fondo Oskar
Huth”, dotado de 10 mil marcos, destinado al desarrollo tecnológico
de la creativa artimaña. Había, no obstante, una condición: ningún
centavo del fondo debía ser malversado, ni usado para fines que no
fuesen “estrictamente pianísticos”
Crónica
ebria, anunciada hace mucho tiempo, la subversión del teclado murió
en la cáscara, digo: en el trago.
Mal
interpretando la clausula del contrato, Oskar confundió fondos con
fondo
de botella:
cierta noche buceó en el lecho abisal de una botella de caña y de
allí nunca volvió. Se inmortalizó en el arte
de la fuga…
Publicado originalmente em: http://www.politika.cl/2015/01/04/una-cronica-de-ano-nuevo/
Publicado originalmente em: http://www.politika.cl/2015/01/04/una-cronica-de-ano-nuevo/
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