Cuento
Cuando
por primera vez vi aquella terraza enmarcada, imaginé que el cuarto
de ella pudiese estar escondido detrás de la contraventana, a la
derecha, con sus alas recostadas, pero apenas lo suficiente para
alumbrar los razgos del rostro de su hombre debajo de las cubiertas.
A
veces, en la calle se puede escuchar algunas notas tocadas al piano,
por las dudas oculto atrás de la contraventana del medio.
Cuando
las notas se escapan por las grietas de las ventanas y puertas
entreabiertas, resbalan a través de las rejas de la terraza y caen
en el paseo, se transforman en otra nota.
¡Es
una vocería, una Babel! Un fa
quiere
ser un re
menor,
un mi
se acuerda de Libertad Lamarque cantando “Cuesta abajo” y quiere
ser un sol,
pero entonces se cae sentado justo al lado de un perro que no está
para gracias - ¡mejor callarse!
Entonces
las personas apresuradas caminan por la vereda y tropiezan en las
notas huérfanas.
Hay
los sujetos bien intencionados pero tercos que las meten en el
bolsillo, para regalarselas a sus esposas o amantes. Pero con las
notas es como en el amor: la falta de cariño les quita el aire - ¡y
se mueren!
Pero
hay unos tipos más listos que se las meten en el recuerdo, y salen
por la vereda cantando a solas, como suelen hacer los borrachos y los
loquillos.
A
una nota muy enamorada se le ocurrió cantar “Vivo por lei” -
¡así de embobada como la Pausini por el Andrea Boccelli!
¿Y
esta puerta abierta?, te preguntarás.
Yo
me detuve unos minutos en el paseo, el tiempo de un cigarrillo,
mirándola. Y de repente escuché una voz estridente, pero apenas
cuchicheada.
Miré
los alderedores, pero no había ni un alma viva.
De
repente me di cuenta de unos movimientos raros de la planta en el
florero de la terraza.
Era
como si me estubiera llamando con una de sus ramas. Espera, me dije:
¿una planta “llamando”?
Eran
las tres de la tarde, no me había tomado ni fumado nada a la hora
del almuerzo, por las dudas me encontraba sobrio.
Sí,
la planta me hacía señas para que me aproximara.
Le
obedeci y me preguntó en cual idioma prefería que me hablara, lo
que obviamente era indício de una planta soberba o que me había
reconocido como extranjero.
Una
planta que habla, y encima poliglota - que escena ridícula, pensé,
¡y nadie me la va a creer!
Pero
bueno, la locura ya estaba por la mitad, asi que me aproximé y le
dije a la planta “¡soy todo oídos!”.
En
un castellano con inconfundible acento platense – ¿sabes cuando
hablan de caballos y te dicen cabasho, o
de las brumas del mes de masho?
- entonces
la planta dijo:
Mientras
hacían el amor, dejaron abierta a la puerta. Esha quería
ver el cielo mientras era sacudida por el éxtasis. Las grietas de
la contraventana filtraban rashitos de sol que partían su
cadera derecha en zonas de claro-oscuro – justo en el momento de
la pequenã muerte, como los franceses le dicen al goce. ¡Sho
lo vi todo!Y me abané – ¡uff! Entonces vino la señora y me dio
un riego con agua fresco... - jiji.
Eso
me contó la planta entre risitas.
La
miré, me encendí otro cigarro y salí caminando. ¡Ahora sí que me
iba a tomar un trago!
Ciudad
Vieja.
En
esta terraza la historia es narrada por las cortinas.
Cuando
ella y el se casaron, siempre cuando la luna-llena emergía del rio,
los dos se besaban en la terraza, repleta de begonias y pensamientos.
Hoy,
la terraza es un depósito de chatarra, como su amor.
En
el canto derecho yace un cable de antena de rádio, silenciado, que
en los viernes les llenaba el lívin de tangos, que ellos bailaban,
ida y vuelta, ida y vuelta, siempre hasta el borde de la
terraza.
Ahora,
al lado de la puerta el vacío, todo es paredes descascaradas,
cortinas mugrientas y sueños murchitados.
Uno
se las va arreglando...
Pues
esta ventana, aquí, podría ser de "Ulises".
Desde
que la mujer se fue, el no se levanta más de la cama, colocada en el
centro geográfico de la mansarda, cuya unica ventana no abre, y
cuyas cortinas continúan atadas en trenzas. Intocadas desde que ella
las juntó antes de irse.
En
algunos días, el frío y la luz macilenta que se infiltran por las
grietas de la pared, le hacen recordar Dublin.
En
el invierno, las noches del Prata son largas.
Pero
quien sabe Molly se arrepiente...
He aqui una terraza que podria estar en Madrid. Quien sabe, en Barcelona.
También
podria ser en Genova.
¿Buenos
Aires? Podria ser.
¿Que tal si fuera Palermo,
en Sicilia?
Cuando el último capo
tomó su barco para América – algunos para el Sur -, todas las
mujeres fueron a la capilla, rezar.
Aquí, en el día del desembarco, todos eses recuerdos se mezclaron con el
Plata.
Una
vez por día, hace veinte y tres años, esta mujer acecha a la
terraza, por en cima de los tejados de la ciudad.
Quien
sabe hoy podrá distinguir en el rio la silueta del barco
desaparecido, aproximandose del puerto! Del que entonces saltará su
hombre – aquel que hace muchos años se fue al mar sin jamás
escribirle.
Ella
tiene esperanzas.
Todavía no le permite a nadie que la llamen de
viúda. Por eso deja intocada la pensión que le mandan al banco.
La
ultima foto cuenta una historia simple, pero duradera, que pudo haber
sido así:
Ella
lo invitó para que abrigaran sus sentimientos debajo de un solo
techo.
Y
le sugerió que encajara su escritorio en la nave del lívin,
alumbrada por tres lados, para que en ningún instante del día el
oscuro cayera sobre las palabras.
Fotos: F. Füllgraf
Cuando ella y el se casaron, siempre cuando la luna-llena emergía del rio, los dos se besaban en la terraza, repleta de begonias y pensamientos.
Ahora, al lado de la puerta el vacío, todo es paredes descascaradas, cortinas mugrientas y sueños murchitados.
Uno se las va arreglando...
Desde que la mujer se fue, el no se levanta más de la cama, colocada en el centro geográfico de la mansarda, cuya unica ventana no abre, y cuyas cortinas continúan atadas en trenzas. Intocadas desde que ella las juntó antes de irse.
En algunos días, el frío y la luz macilenta que se infiltran por las grietas de la pared, le hacen recordar Dublin.
En el invierno, las noches del Prata son largas.
También podria ser en Genova.
¿Buenos Aires? Podria ser.
¿Que tal si fuera Palermo, en Sicilia?
Aquí, en el día del desembarco, todos eses recuerdos se mezclaron con el Plata.
Una vez por día, hace veinte y tres años, esta mujer acecha a la terraza, por en cima de los tejados de la ciudad.
Quien sabe hoy podrá distinguir en el rio la silueta del barco desaparecido, aproximandose del puerto! Del que entonces saltará su hombre – aquel que hace muchos años se fue al mar sin jamás escribirle.
Ella tiene esperanzas.