Pablo de Rokha
I
Los avatares diarios no capitulan.
Son
cuatro décadas de sitio
y no
logro un caballo de Troya.
La
llanura enmudece cada tarde
con
la sangre que se escurre
hacia su boca.
Los gemidos en el Érebo
me anuncian a los guerreros
que naufragan en la barca de Caronte.
En el Capitolio, los dioses se vanaglorian
de sus jugarretas
y cargan los dados antes de bajar
a los pueblos que se disputan
un trozo de pan.
Se nos ha vuelto costumbre
recoger nuestros muertos
desde el campo de batalla,
mientras sus sombras
claman digna sepultura.
II
Orillando los labios de un navío
escribo
hoy la página
excomulgada
de mi bitácora.
Pienso
los próximos cuarenta años
escabulléndome
de la metamorfosis
de mis contradicciones.
También en los 12 versos,
que el viejo rey Euristeo,
puso de condición
para redimir mis pasiones.
Anudo a mi cuerpo la curtida piel de león
y lleno de tinta mis bolsillos.
En el largo camino untaré una a una
las flechas que se entrechocan
en mi carcaj.
El ruido de aviones y tanques
y militares de rostros embetunados
son permanentes en mi memoria.
[...]
IX
África
se oscurece con su propia
sangre.
Selvas
y sabanas no logran cobijar
la
estampida de los ritos ancestrales.
Tribus
desnudas
lloran el rugido de las balas.
Los viejos colonizadores
beben oporto a orillas del Tajo
o se embriagan en Montparnasse.
(Algunos se extravían desquiciados en la niebla
londinense.)
África arde como un diamante.
Los hijos de Memnón
caen famélicos en la gigantesca
fosa común.
Un continente estalla frente
a las pulidas ventanas
de la Atlántida.
XI
La
miseria prende rostros enjutos
en
calles y mercados.
Me
entrechoco sin respuestas
entre
la multitud.
Como
los leprosos al Cristo
me atosigan vendedores ambulantes.
Cuelgan de las ventanas de los autobuses,
salen de las alcantarillas
con sus estrepitosas voces maquilladas.
Sísifo los alienta en su doctrina,
pues los dioses les niegan
el sustento.
Por una cantidad de ellos,
todos cargarán eternamente
una roca hasta la cima de la montaña.
XIV
Aillavilú esquina Bandera
huele
a incienso a las cuatro
de la
madrugada.
El
amanecer se enciende
y los
guerreros lavan sus ojos
frente a las murallas
de los prostíbulos.
Se han levantado campamentos
a los pies de la ciudad sagrada.
Edipo llora sin lágrimas
mientras
Eteócles y Polinice
se quitan la vida.
XXVIII
a E.
En Valparaíso
la
noche arremete como
un
fantasma
embriagado
de subterráneos y escaleras.
Sátiros,
Ninfas y Coribantes agitan
tirsos y címbalos
en Plaza Echaurren.
Una gota de vino acaricia un pezón
de Afrodita
mientras ella broncea su piel
bajo el brillo de la luna.
XXIX
La humanidad se desintegra
en la
Aldea Global.
El
archienemigo de Heráclito
se
pasea ufano por el planeta
en
tanto Hefestos templa soldados y truenos
en su fragua bajo las Montañas Rocosas.
A los pies del Olympo
calles horribles sirven de lecho
a los pordioseros.
Un niño golpeado por la cesantía
alcohólica de su padre
aúlla en las Favelas
y una muchacha latinoamericana
deambula por los burdeles de Singapur.
Belona,
observa todo con una sonrisa macabra
en su vientre.
Nenhum comentário:
Postar um comentário