27 setembro 2017

Frederico Füllgraf - Walter Benjamin em Ibiza



Nota
Frederico Füllgraf

De 1932 a 1933, Walter Benjamin  viveu na ilha mediterrânea, espanhola, de Ibiza. Naqueles anos, o escritor e pensador berlinense atravessava uma grave crise existencial, defrontando-se com mudanças que pareciam questionar a continuidade de sua obra e de sua vida, pois ali cometeu sua primeira tentativa de suicídio.
Pano de fundo de sua depressão foram o descalabro econômico e a conseqüente eleição dos  nazistas na Alemanha, que agravaram ainda mais sua precária situação financeira e a falta de  perspectivas profissionais.
Sua decisão de estabelecer um interregno em Ibiza, escolher a ilha balear como  uma dos primeiros destinos de seu exílio,  surpreendeu amigos e convivas, e ocorreu sem grandes preparativos. Apesar disso, alguns de seus mais destacados escritos autobiográficos datam exatamente desta estância – o primeiro verão do fatal exílio de Benjamin.

Julia Radt-Cohn despertara em Benjamin sentimentos de raro romantismo, mas do sisudo intelectual dizia a jovem Julia que ele era tão travado e esquisito, que não conseguiria despertar nenhum desejo sexual em qualquer mulher. Apesar da rejeição de Julia, Walter prosseguiu insistindo...
Já Gretel Karplus era uma dinâmica empresária de Berlim, que se casou com Theodor Adorno,  amiga fiel de Benjamin até sua morte.
Dos cartas de Walter Benjamin
(Traducción: Germán Cano)
A Julia Radt-Cohn
San Antonio, Ibiza, 24 de julio de 1933
Querida Jula:

Me ha causado una gran alegría recibir tu carta: apareció justamente el día de mi cumpleaños, y por esa razón, como comprenderás, fue más bonito que si lo hubieras pensado a propósito. Lo que sucedió fue como si tu inconsciente hubiera trabajado en mi honor bajo la mano del servicio postal.

Pero es que además tus noticias han sido gratas, pues es tan loable ver cómo vosotros en estos tiempos trabajáis por enraizaros en las arenas movedizas de la región de Brandenburgo como poco recomendable para cualquier otro. Pero si tú quizá miraras o pudieses mirar por encima de mis hombros mientras te escribo, verías jugar sobre este papel parisino que me gusta utilizar en casa desde hace tiempo sombras de las agujas de los pinos que no serías capaz de diferenciar de las que ves allí, y si miraras delante de ti no verías el mar, aun cuando sólo está alejado apenas tres minutos de mi escondite veraniego.



A un sitio como éste me he trasladado con mi tumbona desde que, tras un comienzo poco afortunado en la orilla edificada opuesta de la bahía, conseguí volver a la parte apenas edificada del año pasado. Hasta llegar aquí, mi forma de vida ha sido más inestable, dividida entre las posibilidades de trabajo insatisfactorias que encontraba en San Antonio y los entretenimientos en cierto modo bastante significativos que podían encontrarse en Ibiza. Pero un viaje de negocios necesario a Palma introdujo una cesura en mi estancia aquí. He conocido Mallorca este año mucho mejor dando largos paseos y viajando en coche. Ahora bien, por bonita que sea la isla, lo que pude ver allí no hizo sino reforzar mi apego a Ibiza que posee un paisaje incomparablemente más reservado y misterioso. Las imágenes más bellas de este paisaje quedan remarcadas por las ventanas sin cristal de mi habitación. Éste es el único espacio por ahora habitable de una casa en estado bruto en la que todavía hay que trabajar durante mucho tiempo y de la que yo seré el único habitante hasta que la finalicen. Al instalarme en este cuarto he reducido a un mínimo difícilmente superable los límites vitales de mis necesidades y gastos. Lo fascinante de todo el asunto es que todo sigue siendo lo bastante digno, y lo que echo en falta aquí no proviene tanto del lado del confort como de la ausencia de relaciones humanas.


Las relaciones que constituyen la crónica de la isla son para mí en su mayoría fascinantes, pero algunas veces también decepcionantes e insatisfactorias. Cuando se da esto, el peor de los casos, ellas al menos me dejan más tiempo para desarrollar mis proyectos y estudios. Mi ‘Infancia en Berlín hacia 1900’, de la que tú has entendido desgraciadamente tan poco y en la que hay tanto que comprender, sigue creciendo en escasos pero importantes fragmentos. (…) Sigo leyendo a Bennett, y reconozco en él cada vez más a un hombre no sólo cuya actitud es actualmente similar a la mía, sino que además sirve para reforzarla: un hombre en realidad en el que una absoluta falta de ilusiones y una desconfianza radical respecto al curso del mundo no conducen ni al fanatismo moral ni a la amargura, sino a la configuración de un arte de la vida extremadamente astuto, inteligente y refinado que le lleva a sacar de su propio infortunio oportunidades y de su propia vileza algunos de los comportamientos decentes que competen a la vida humana. Deberías llegar a tus manos la novela ‘Clayhanger’, que ha aparecido en dos volúmenes en la editorial Rhein.

Podrás imaginarte fácilmente que mi correo apenas contiene noticias agradables. Gracias a Dios, lo mejor de todo ello tiene que ver con Stefan, que en este momento hace un viaje en coche con mi mujer que le llevará por Austria y Hungría hasta Siebenbürgen y Rumanía. Las noticias de los amigos de París son desmoralizadoras, pues la situación es tan desesperanzadora por un lado o por otro que ellos han dejado completamente de escribir. Lo que pueda esperarme en París por lo tanto es extremadamente problemático. En cualquier caso, un comienzo no del todo desfavorable es una magistral traducción de Infancia en Berlín que está llevando a cabo aquí un amigo parisino con mi ayuda. Pero ella avanza muy lentamente. Es posible leer entre líneas en tu carta que Alfred aún se mantiene firme al viejo estilo. Me gustaría tenerle aquí; él es uno de los pocos que yo me podría imaginar bajo estas difíciles pero fructíferas circunstancias de la isla. Pero mejor no le digas nada y salúdale de todo corazón, como también a Fritz.

Por lo que respecta a nosotros, las cartas son quizá la mejor oportunidad para estar juntos. Por eso recibe esta afectuosa carta, rogándote la próxima tuya.

Cenas da vida privada - a casa de Puntas des Moli
Abaixo: Benjamin jogando xadrês com B. Brecht


A Gretel Karplus


San Antonio, 19 de septiembre de 1933

Querida Felizitas:



Recibí tu carta del día 13, y ello me ha llevado a pensar que me habría gustado haber tenido al menos otra tuya. En realidad, ya no es mi salud la causante del aplazamiento de mi viaje, sino la situación misma —y desconocida además para mí— de ese lugar parisino en el que esperaba encontrar alojamiento. De hecho han transcurrido ya más de ocho días desde que se me envió un telegrama en el que se me pedía que no viajara sin recibir antes una confirmación del asunto. Como hasta la fecha no he recibido aún esta carta, no sé con qué me encontraré cuando finalmente llegue.

He tenido que abandonar mi cuarto de almacén si no quería contraer un nuevo compromiso a largo plazo y oponerme a la prescripción del médico, quien no esperaba una curación rápida en San Antonio. En realidad experimenté una evidente mejoría ya dos o tres días después de mi traslado. Ahora puedo, aunque con precaución, regresar.



Te doy mil gracias por la foto en Rügen: es cariñosa e incita a reflexionar; pienso, por ejemplo, que ni siquiera en Berlín no te faltan del todo este tipo de momentos. En todo caso, he entendido como mensaje uno de ellos, lo que me escribiste con tanto cariño sobre La luna. Me he sentido muy contento con él. Por mis dolores he perdido para el trabajo dos semanas, tal vez más. Ahora me estoy atreviendo a escribir un fragmento de ‘Infancia en Berlín’ que recree la atmósfera de la escuela. Este trabajo y, más que cualquier otra cosa, el asunto del traslado están absorbiendo todo mi tiempo, por lo que tengo que hacerte la confesión de que aún no he leído la ópera de Wiesengrund. Pero será algo que haga enseguida. ¿Dónde? Probablemente pienso que en París; creo que incluso en el caso de que no reciba pronto ninguna información de allí, viajaré aproximadamente dentro de ocho días para examinar a fondo cuáles son las posibilidades reales que existen. Sumando una serie de papeles oficiales que he logrado reunir, he intentado dejar la puerta abierta en todo caso a la posibilidad de una retirada a mi asilo de aquí, una puerta, dicho sea de paso, que cada vez es más difícil que se abra a los alemanes.



Desde la carta que tú me confirmaste has tenido que recibir, al menos, una nueva. A mí, entretanto, me ha llegado a las manos tu último envío. No puedo sino darte las gracias por todo. Piensa, por favor, en París con perspectivas más convincentes. Incluso en el peor de los casos no pienso salir de allí sin haberte visto antes. ¿Después de Musil has planeado leer algo mejor?

Leo actualmente a la ‘Princesa de Cléyes’, de Madame de Lafayette. Además, mientras esté en Ibiza seguiré alentando la traducción de ‘Infancia en Berlín’. Una traducción muy correcta de Logias está ya casi preparada. Ernst, naturalmente, no ha escrito. Moras, naturalmente, tampoco ha enviado ningún número de la ‘Europäische Revue’. Ça ne fait rien.
Hazme saber cómo te va. Escríbeme pronto; yo por mi parte cuidaré de contestarte. Todo mi cariño.


(’Cartas de la época de Ibiza’, Ed. Pre-textos, 2008)

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